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Arbaces el Egipcio Bruja de Pompeya

ARBACES EL EGIPCIO Y LA BRUJA DE POMPEYA
(1) - (2)
(Cuando la Maga Menor supera en sensatez al Mago Mayor)

(FRAGMENTO)*

V

* I *

(SUEÑO DE ARBACES). UNA VISITA Y UNA ADVERTENCIA PARA EL EGIPCIO

***** ...

***** - ¿Qué es eso? ¿Estoy soñando todavía? ¿Es que la muerte está conmigo? -dijo frotándose los ojos.

***** - Poderoso Hermes, no está contigo la muerte, aunque mi rostro es de cadáver. Soy tu amiga y tu esclava -contestó la bruja.

*****Hubo un momento de silencio y, poco a poco cesaron los temores e inquietudes de Arbaces.

***** - ¡Todo era un sueño! -exclamó por último-. Hay que olvidarlo, a fin de que las angustias de la noche no amarguen los placeres del día. ¿Por qué estás aquí, mujer, y cómo has llegado?

***** - He venido para hacerte una advertencia -contestó la bruja con voz sepulcral.

***** - ¡Una advertencia! -exclamó el egipcio-. ¡Entonces era un presentimiento verdadero mi sueño! ¿Cuál es el peligro que se acerca?

***** - Óyeme -contestó la maga-. Algún espíritu malo se cierne sobre esta ciudad; es preciso que la abandones mientras hay tiempo. Sabes que mi morada se encuentra en la montaña, bajo la cual, según afirman las tradiciones antiguas, arden las llamas del Flegetonte. En el fondo de la caverna se abre una espantosa sima. Pues bien, debes saber que en esta sima he notado hace algún tiempo la presencia de un arroyo negruzco, el cual echa borbotones de fuego y va subiendo por instantes. Frecuentemente, y en medio de las tinieblas, se oyen allí rumores espantosos, acompañados de silbos y mugidos. La última noche quise mirar al arroyo y vi que estaba completamente encendido; y mientras yo miraba al fondo, la zorra que estaba conmigo se agitó convulsivamente, aulló y cayó muerta, echando espumarajos por la boca. Subí a mi madriguera y durante toda la noche no cesó de oírse el crujido de las rocas, y a pesar de estar la atmósfera pesada y quieta, el viento silbaba por entre las hendiduras, produciendo un continuado rumor, como si hubiese ruedas debajo de la montaña. Al despuntar el día, me levanté y, mirando nuevamente el fondo de la sima, vi muchas piedras de color negro que flotaban sobre la corriente, la cual estaba más roja y espantosa que nunca. Entonces salí y subí a la cumbre del picacho donde encontré una ancha hendidura, nueva en aquel sitio para mí, de la cual salían pequeñas humaredas negruzcas que seguramente son mortales para quien respira junto a ellas, puesto que me sentí desvanecida y casi muerta. Corrí a la cueva y, recogiendo el oro y los ingredientes, abandoné la montaña, en la cual he vivido por tanto tiempo, porque me acordé de una antigua predicción etrusca que dice: "Cuando se abra la montaña, la ciudad será destruída; cuando la humareda brote en las cimas del monte, de los campos asolados, los hijos del mar serán entregados al llanto y a la angustia." Me aparto, pues, de Pompeya, ¡oh venerable maestro!, y voy en busca de una vivienda en tierras lejanas; pero antes quise verte para notificarte los destinos futuros. Con la misma certeza que tengo de que estás vivo, presiento en el fondo de mi corazón que el terremoto de hace diez y seis años no fue sino un anuncio de otra catástrofe más pavorosa. Las murallas de la ciudad descansan sobre los campos asolados y por debajo de ellos corren los ríos del infierno, que nunca duermen. No desprecies el aviso y márchate pronto.

***** - Gracias te doy por lo que has venido a participarme -dijo Arbaces a la hechicera-. Has de saber que hablas con quien no desconoce la gratitud. Tuya es la copa de oro que se encuentra en esta mesa. No suponía que, además de los sacerdotes de Isis, existiera otra persona en el mundo que se interesara por la salvación de Arbaces. Las señales que has podido observar en el fondo del extinguido volcán, manifiestan de un modo cierto que está próximo algún nuevo peligro para la ciudad; quizás habrá un nuevo terremoto mucho más fuerte que el último. Cualquiera que sea el porvenir, todo esto me decide a dejar este recinto. Desde mañana voy a prepararme para la marcha. Y tú, hija de Etruria, ¿a qué región piensas dirigir tus pasos?

*****- Hacia Herculano -contestó la maga-, y desde allí seguiré la costa buscando un nuevo asilo. Ya no tengo amigos; el zorro y la serpiente que estaban en mi covacha murieron; no obstante, deseo preservar en cuanto pueda mi existencia. Recuerda, poderoso Hermes, que me prometiste veinte años de vida.

***** - Y prometidos quedan -contestó el egipcio-. Pero ¿qué deseo te aqueja de prolongar tu existencia? ¿Qué dulzura piensas encontrar en la vida que de tal modo te halague su esperanza?

***** - No es que la vida sea dulce, ¡oh Arbaces!, sino que la muerte es terrible.

***** - La exactitud de la respuesta maravilló al vanidoso astrólogo, quien, no deseando conversar más con la que había ido a su casa sin ser llamada, le dijo:

***** - Se me hace tarde; tengo que prepararme para ir al gran espectáculo de hoy. Buen viaje, hermana. Procura divertirte cuando puedas con el rescoldo de tu vida.

*****La bruja, que había guardado en los pliegues de su vestido el rico presente de Arbaces, se levantó y, una vez en la puerta, se volvió y dijo:

*****- Indudablemente, no nos veremos más en la tierra. ¿Pero sabes tú a donde va la llama cuando ha dejado las cenizas? Errantes de un lado a otro como exhalaciones de la ciénaga, las llamas pueden encontrarse en las orillas de los lagos infernales. No cabe duda que la bruja y el mago, el discípulo y el maestro, el grande y el maldito, pueden encontrarse

***** - Vete a paseo, charlatana -dijo Arbaces cuando perdió de vista los andrajos de la hechicera.

***** ...

****+****

[ARBACES ACOGIÓ LA ADVERTENCIA, PERO ERRÓ AL POSTERGAR LA URGENCIA,
OFUSCADO POR SUS ASUNTOS MUNDANALES Y PROTERVOS,
EL PRECIO POR ELLO -AMÉN DE SUS DEUDAS CON DIOSES Y HOMBRES- PAGÓLO CON SU PROPIA VIDA]

Ir a (1): Cuando el Mago Mayor corrupto se sirve de la Magia Menor

* Tomado de: Bulwer-Lytton, Edward (ed. 1955): 'Los últimos días de Pompeya'. Edición Ilustrada por Lozano Olivares. Editorial Cumbre, México D.F. (El texto está comprendido en el Libro Quinto, Capítulo I. Fragmento Pp. 310 - 312).


Edward Bulwer-Lytton

Edward Bulwer-Lytton
(1803 - 1873)

(Edward George Bulwer-Lytton, barón Lytton; Londres, 1803-Torquay, 1873) Escritor y político británico. Fue miembro del Parlamento, baronet y, con posterioridad, par. Fue secretario de Estado para las colonias. Autor prolífico, escribió novelas de gran éxito, como Eugène Aram (1832), Los últimos días de Pompeya (1834) y Los Caxtons (1848-1849).

(Tomado de Biografiayvidas.com)

Otras obras Importantes: Zanoni (1842) y The Coming Race or Vril: The Power of the Coming Race (1871)



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