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El ÉXTASIS
descrito por SANTA TERESA


¶Carlos Letourneau


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Las Visiones Místicas, por Jean Lhermitte.

Santa Teresa de Avila
Santa Teresa de Ávila
(1515 - 1582)

I

Sentiríamos vivamente no poseer una descripción del éxtasis fanáticamente dibujado por el ardoroso Ignacio de Loyola, si una pluma más suave que la suya , más tierna, pero no menos ardiente, no nos hubiese descrito este celestial estado con los más brillantes colores, notando devotamente sus más íntimos detalles. Hemos citado ya a Santa Teresa.

De qué modo esta mujer notable, impelida violentamente por su ardiente naturaleza hacia los placeres del amor mundano, llegó por los constantes esfuerzos de su voluntad a metamorfosearse moralmente, a dominar sus instintos, o más bien, a cambiarlos, a fijar una senda a su vagabunda imaginación y, en fin, a crear en ella un amor divino bastante fuerte para conducirle hasta las llanuras sin fin del éxtasis, léese en su autobiografía, a la que debemos limitarnos para dar una descripción del éxtasis y de sus diversos grados.

"Hay, dice Santa Teresa, cuatro modos de regar un jardín: el primero consiste en sacar agua del pozo a fuerza de brazos: este trabajo es sumamente rudo; el segundo, haciéndolo por medio de una noria, obteniendo así, con menor fatiga, una mayor cantidad de agua; el tercero, haciendo venir el agua de un río o de un riachuelo; y, por último, el cuarto, sin comparación el mejor de todos, es una abundante lluvia, encargándose entonces Dios mismo del riego, sin el menor trabajo de nuestra parte".

Hay asimismo en lo que ella llama la oración (éxtasis), otros tantos períodos comparables a estos cuatro medios de riego.

Primer período.- El penitente que anhela morir para el mundo para vivir en el cielo, se esfuerza en concentrar toda su atención en la idea de Dios. ¡Rudo trabajo! Los ecos de este mundo perverso que desea abandonar resuenan, a pesar suyo, en sus oídos. Sus naturales inclinaciones, sus afecciones, vivaces aún, le atormentan sin cesar; por otra parte, el aguijón de sus deseos, de sus instintos, le excita constantemente. En vano acude a la soledad de la celda o del oratorio; aquella soledad está poblada de visiones tan dañinas como atractivas. Es la hora en que pálido, descarnado por el ayuno y las austeridades, San Jerónimo siente todavía los gritos de sus no saciadas pasiones; es la hora en que no se atreve a penetrar en aquella celda, testigo de sus pensamientos (San Jerónimo, ad Eustochiam). Es la hora en que el diablo acude a tentar a San Antonio. Es necesario romper de una vez los lazos de la familia, de la amistad, del amor; otras tantas amputaciones, bien dolorosas, bien penosas por cierto. Oigamos a la Santa:

"Es sacar trabajosamente el agua del pozo. A los sentidos, a costumbrados al esparcimiento exterior, les cuesta recogerse, morir poco a poco para el deseo de ver y escuchar. Muy a menudo no se experimenta sino disgusto, fastidio, profunda repugnancia a sacar agua".

Segundo período.- Pero paciencia. Bien pronto la costumbre modelará, a medida de la voluntad, todo el ser cerebral. La atención va haciéndose dócil, la idea fija empieza a despuntar. Se necesita todavía cierto esfuerzo para recogerse y olvidar el mundo exterior, pero es de corta duración: "Se dan vueltas a la rueda de la noria pero el agua está al nivel del suelo..." "Obra la voluntad y da sencillamente su consentimiento a Dios a fin de que éste se posesione de ella. El entendimiento y la memoria acuden en socorro de la voluntad; concurso que, muchas veces, no sirve sino para perturbar".

Se encuentra ya placer en la contemplación; placer que se eleva a veces hasta la emoción.

"El consuelo es muy vivo; las lágrimas que Dios da se derraman deliciosamente y sin esfuerzo... El alma pierde de repente el deseo de las cosas de este destierro. Ve claramente que un solo instante de esta alegría sobrenatural no puede provenir de este mundo y que, ni riquezas, ni honores, ni placeres, podrían darle por un solo momento aquella pura alegría que le embriaga, la única verdadera, la única capaz de calmar su sed de bienaventuranza". Eso es lo que Santa Teresa llama la oración de quietud.

Tercer período.- Un paso más y distinguiremos los primeros albores del éxtasis. Es, usando siempre el lenguaje de Santa Teresa, la oración de unión. ¡Extraño estado! los pies en el mundo real, la cabeza en las nebulosidades del delirio ideal. Sin embargo, la personalidad, la voluntad aparentemente libre, si bien vacilantes, resisten aún. En el período precedente, la distracción más ligera desvanecía la contemplación por completo; en éste, pueden ponerse frente a frente la vida activa y la vida contemplativa. Nos hallamos en el caso de una persona que estando hablando con otra oye a una tercera dirigirle la palabra y no puede atender a entrambas sino de una manera imperfecta. Pero dejemos que la misma santa nos describa un estado en que dice encontrarse al relatarlo: "Es un sueño de las potencias (Voluntad, entendimiento, memoria, imaginación) en el que sin estar completamente confundidas con Dios, no saben explicarse por qué funcionan. El alma experimenta incomparablemente mayor dicha, suavidad, placer, que en el pasado. Embriagada por el agua de la gracia, que Dios derrama sobre ella a manos llenas, no puede, ni sabe ya, avanzar ni retroceder. No aspira más que a gozar de este exceso de gloria. Es como aquel que anhelando el momento de morir, tiene ya en sus manos el bendito cirio y no le falta más que exhalar un soplo para verse en el colmo de sus deseos.

"Para el alma, es una agonía llena de inexplicables delicias, en la que se siente morir para todo lo de este mundo y se duerme arrobada en el goce de Dios. Ignora si habla, si calla, si ríe, si llora. Es un glorioso delirio, una celeste locura, en donde se aprende la verdadera sabiduría. En fin, para ella es una manera de gozar soberanamente deliciosa...; las potencias se ocupan enteramente de Dios, sin ser capaces de otra cosa... Entonces se explaya en alabanzas a Dios, pero sin orden... ¡Oh, cielos!, ¡qué no experimentará un alma en este estado de sublime embriaguez! Quisiera verse toda convertida en lenguas para mejor alabar a Dios. Profiere mil santas locuras, que van directamente a su objeto, y encanta a aquel que la pone en este estado. Conozco una persona (ella misma) que para describir mejor su pena improvisaba, sin ser poeta, versos lleno de sentimiento... Eran destellos de su alma, atormentada por el amor... ¿Cómo es posible que conserve mi razón cuando el Señor me pone fuera de mí? Si me es preciso revelar mi pensamiento, no soy yo la que os habla por mi boca desde que he comulgado esta mañana. Cuanto veo me parece un sueño... Esta manera de orar es, a mi modo de ver, una manifiesta unión del alma entera con Dios: solamente que éste permite a las tres potencias del alma conocer, pero con inexplicables delicias, lo que se opera de grande en ellas".

Todo esto no es aún sino la pasión llevada al último grado de exaltación. La impresionabilidad es deliciosamente conmovida; un ardiente deseo decuplica la potencia de las facultades, pero obligándolas a ejercerse en un sentido dado, puesto que la idea fija impera en absoluto y se existe únicamente por ella. La sensibilidad general, lo mismo que la especial, se entorpece. Se vive en un perpetuo sueño, del que se tiene conciencia: no es el sueño completo, pero tampoco es la realidad. Pero esto no basta. "Las flores, como dice Santa Teresa, no han hecho más que entreabrir su cáliz; no han esparcido sino su primer perfume". Vamos a asistir a su completa florescencia. El mundo exterior va eclipsándose cada vez más. Hemos llegado al éxtasis, al arrobamiento.

Cuarto período.- "El agua del cielo, dice Santa Teresa, a menudo cae cuando menos lo piensa el jardinero". Sin embargo, advierte que al principio apenas se llega al arrobamiento después de una larga oración mental, es decir, cuando el cerebro está bastante excitado, suficientemente congestionado. Entonces, "Dios se complace en dejar que el alma vuele hacia él de grado en grado. Luego coge esta palomita y la coloca en su nido para que repose".

Bien pronto la conciencia del mundo exterior se desvanece, más o menos completamente. Lo mismo sucede con la movilidad. "No es posible, sin un penoso esfuerzo, hacer el menor movimiento con las manos. Los ojos se cierran, sin que el alma quiera cerrarlos. Es un hecho muy digno de estudio aquel que trae consigo la abolición de la sensibilidad, no sobre los órganos especiales externos, sino sobre el cerebro considerado como órgano de la inteligencia. Se tienen sensaciones, pero se ha perdido la facultad de apreciarlas. "El alma es incapaz de leer, por más que lo desee; percibe bien las letras, pero como el espíritu no funciona, ni las puede distinguir, ni reunirlas; cuando se habla, oye el sonido de la voz, pero no palabras distintas".

Se pierde hasta el mismo sentimiento de la gravedad. Este curioso fenómeno, es el que ha hecho merecer al éxtasis el nombre de arrobamiento, con el que le designan los místicos. Se siente uno separado del suelo y arrebatado por los aires, por más que la voluntad se resista a ello. "Es casi de todo punto imposible la resistencia. El arrobamiento os acomete con tal impetuosidad, con tal fuerza, que veis, sentís, esta nube celeste, esta águila divina, que os coge y arrebata. La débil naturaleza experimenta en estos instantes tan deliciosos, por otra parte, ciertos estremecimientos al principio. A veces me era posible oponer alguna resistencia; pero como esto era igual que si me pusiera a luchar con un fortísimo gigante, quedaba quebrantada, abatida por el cansancio. Otras veces eran vanos todos mis esfuerzos, mi alma se sentía arrebatada, mi cabeza seguía casi siempre este movimiento sin que me fuera dado detenerla, y hubo asimismo ocasiones en las que todo mi cuerpo era suspendido de tal suerte que no tocaba absolutamente la tierra... Cuando quería resistir, sentía bajo mis pies fuerzas superiores que me levantaban en alto".

Si no hay ya movimientos voluntarios, tampoco hay movimientos conscientes. "Durante el arrobamiento, el cuerpo está como muerto, sumido en la más absoluta impotencia de obrar. "Conserva la actitud en que ha sido sorprendido". Queda, por tanto, de pie o sentado, las manos abiertas o cerradas. Advertimos que esto no sucede constantemente, sino que por el contrario, muy a menudo el extático toma una actitud en armonía con sus visiones" (Extática, de Voray).

Se ha tratado de explicar la curiosa sensación del arrobamiento propiamente dicho, diciendo que es la abolición del sentimiento de gravedad. Se ha notado que sobre un columpio, el movimiento de ascensión y descenso va instintivamente acompañado de una profunda inspiración dilatando el tórax, so pena de experimentar náuseas, mareo. Es incuestionable que se resiste más fácilmente el mareo armonizando, en conformidad con esta idea, los movimientos respiratorios con los del buque. Observemos, de paso, que se resiste más fácilmente aun si se tiene al mismo tiempo el cuidado de mirar al lejano horizonte inmóvil y nunca a las lejanas y movedizas olas. Gratiolet, que da esta explicación según M. de Chevreul, dice haber visto una loca que se procuraba, siempre que quería, la sensación del arrobamiento, cerrando los ojos y aspirando profundamente. Nota además, según el doctor Caudmont, lo frecuentes que son los sueños acompañados de arrobamiento en las jóvenes vírgenes, lo cual explica por un embarazo precordial que acompaña los primeros deseos y determina profundas inspiraciones.

Las palabras embarazo precordial, constituyen una de esas vagas denominaciones, tan frecuentes en el lenguaje médico, en el que disfrutan plaza de explicaciones científicas, en perjuicio de la ciencia misma.

Para hacerla más admisible, la explicación relativa a los movimientos respiratorios no puede aplicarse sino a los arrobamientos de corta duración. Proponemos, a título de simple conjetura, la explicación siguiente: Durante el éxtasis, la sensibilidad especial es reducida en extremo, algunas veces hasta totalmente abolida. Santa Teresa misma lo dice: "Muy a menudo el sentimiento se conserva, pero se experimenta no sé qué turbación y, aunque no se pueda obrar exteriormente, no por eso se deja de oír; es como un sonido confuso que viniera de lejos. Sin embargo, hasta esta manera de oír cesa cuando el arrobamiento alcanza su mayor grado".

No cabe duda que, en este caso, la sensibilidad general no comparte la suerte de la sensibilidad especial. Los mártires, los entusiastas (Santa Perpetua, Juan Chatel, etc.), ciertos alienados no sienten el dolor. Santa Teresa nos enseña que durante ciertos transportes que describe, no muy claramente, busca en vano el alivio para el uso de ciertas penitencias, pero entonces cuando su misma alma "hace derramar la sangre de su cuerpo, a los golpes de una flagelación voluntaria, no lo siente más que si su cuerpo estuviera privado de vida". No cabe duda que en llegado a este grado de anestesia, el extático no siente la presión de su cuerpo sobre el suelo, ni aquella impresión general, vaga, por la cual nos damos cuenta de nosotros mismos en todos nuestros miembros. Nada de cuerpo ya; se flota en la vida; entonces sin duda es cuando la inspiración hace creer en un movimiento de elevación, si queda todavía alguna conciencia de los movimientos respiratorios.

En medio de todos estos desórdenes nerviosos, ¿qué papel desempeñan las funciones nutritivas? Santa Teresa no da sino detalles incompletos acerca de este particular. Sus hermanas le aseguraban que algunas veces había perdido casi completamente el pulso. Ella, por su parte, sentía muy sensiblemente que el calor natural iba debilitándose, que su cuerpo se enfriaba poco a poco; pero todo esto "con una suavidad, con un placer inexplicable". Al despertar se encontraba inundada de lágrimas que corrían sin dolor, pero con una impetuosidad sorprendente.

La vida de nutrición disminuye, la vida de relación queda abolida; pero en cambio, la vida cerebral es sumamente activa, las facultades exaltadas funcionan enérgicamente en el sentido del deseo apasionado. Generalmente se experimenta un indecible sentimiento de bienestar. Se desea la presencia de Dios con nuevo ardor y él obedece dócilmente a estos amorosos deseos. Se le oye, se le ve, se le habla. "La primera vez que el el Señor me concedió esta gracia, oí estas palabras: No quiero que platiques más con los hombres, sino sólo con los ángeles. Las palabras son pronunciadas con una voz tan clara que no se pierde ninguna de las que se dicen, haciéndose algunas veces oír en unos momentos en que el alma se encuentra tan turbada, que no podría formar una idea razonable... En los precisos instantes en que el éxtasis embarga toda acción a la memoria y tiene como anulada a la imaginación, la palabra divina descubre al alma estas verdades".

Al decir de Santa Teresa, hay momentos de perfecta unión con el Dios inmaterial; pero muy a menudo, y esto la disgustaba en extremo, era la humanidad de Dios, Jesucristo, quien se le aparecía.

Otras veces era a los ángeles a quienes veía. "Mientras me hallaba en este estado, observaba cerca de mí un ángel, bajo una forma corporal... Veía en manos de este ángel un dardo de oro, en cuya punta de hierro había un poco de fuego. De cuando en cuando, lo clavaba a través de mi corazón, introduciéndolo hasta mis entrañas.

"Al retirarlo, parecía que se las llevaba con el dardo y me dejaba abrasada de amor a Dios. Era tan vivo el dolor de esta herida, que me arrancaba los débiles suspiros de los que hablaba no ha mucho; pero este indecible martirio me hacía gozar al mismo tiempo las más suaves delicias".

Suplicamos a nuestros lectores que tomen este pasaje en su sentido literal, sin prestarle ningún sentido alegórico, pues de todos modos es difícil dejar de reconocer en esta pintoresca descripción un espasmo histerológico espiritualizado por la idea mística.

La memoria voluntaria es abolida por completo. "Si se lee, no queda recuerdo alguno de lo leído, ni se puede fijar en ello el espíritu. La memoria, esta mariposa importuna, ve abrasadas sus alas, perdido su poder de volar de una parte a otra... En cuanto al entendimiento, cuando comprende, es de una manera completamente desconocida para él".

La imaginación está, según hemos visto, lo bastante excitada para crear alucinaciones.

La voluntad, la llamada voluntad libre, es abolida del todo en el éxtasis completo; sin embargo, Santa Teresa nos enseña que de cuando en cuando hay momentos durante los cuales se despierta un ligero recuerdo del mundo exterior, pero la voluntad puede entonces imponer silencio a la memoria, desaparecer nuevamente con ella, y prolongar así el éxtasis durante algunas horas.

Estas orgías cerebrales dejan profundas huellas tras sí; ora violentos dolores en todos los miembros, ya una soñolienta torpeza que se prolonga por muchos días, ora un amargo disgusto de la vida, un ardiente deseo de la muerte: "se muere de no morir". Otras veces dan por resultado una apatía parecida a la estupidez: entonces uno se convierte en "el borriquillo que va pastando" (Libro III, capítulo V).

He ahí uno de los efectos de la ley de intermitencia que rige la actividad cerebral y que puede formularse así:

Toda exacerbación de la vida cerebral va seguida de una depresión correlativa.

II

Es sumamente curiosa la semejanza que existe entre los cuatro períodos pintados por Santa Teresa y lo que nos describen los extáticos sectarios de Budha.

La recompensa a que aspiran los devotos del budhismo, es la de escapar a la lamentable necesidad de encarnarse incesantemente bajo nuevas formas; la de poder, en fin, ser absorbidos por la nada (Nirvana). Esperando el Nirvana que sigue a la muerte del justo, procuran gozar de aquel Nirvana imperfecto que les es posible procurarse en este mundo, es decir, el éxtasis; y distinguen en él, como Santa Teresa, cuatro grados distintos.

En el primero, el asceta está completamente desprendido de todo, excepto del deseo del soberano bien, del Nirvana; pero, bien o mal, juzga, razona todavía.

En el segundo grado, nada ya de juicio, nada de razonamiento. La inteligencia del devoto está cautivada enteramente por la idea del Nirvana. Aislado de todo por completo, no le queda sino el placer de la satisfacción interior; pero es incapaz de juzgarla, de comprenderla.

En el tercero, ni tampoco este placer le queda. Sin embargo, experimenta todavía un vago sentimiento de bienestar físico; conserva memoria de sus precedentes estados, al mismo tiempo que una confusa conciencia de ser. Está muy purificado, pero no ha alcanzado aún la perfección.

En fin, en el cuarto grado, los perseverantes esfuerzos del asceta se ven coronados por el éxito más completo. Su personalidad ha desaparecido en una perfecta y santa impasibilidad. Es inaccesible al placer y al dolor, tanto moral como físicamente. Ha perdido hasta el mismo sentimiento de esta santa indiferencia; vive lo menos que se puede vivir sin estar muerto: posee, en fin, el Nirvana terrestre.

La diferencia que existe entre los dos éxtasis, el de Europa y el Asia, a nadie se le oculta. El éxtasis de Santa Teresa es activo, brillante, poblado de suaves visiones. No es el aniquilamiento a lo que la Santa aspira, sino a una vida más completa, a una existencia divina en la que probará voluptuosidades que carecen de nombre en las lenguas humanas, y en la que sus facultades habrán adquirido un poder sobrenatural. Por el contrario, el éxtasis budhista es triste, atónico; aspira a la extinción gradual de todas las facultades, a la muerte, tan completa como sea posible.

Quimeras por entrambas partes; pero que tanto la una como la otra llevan fuertemente impreso el sello de cada raza; quimeras que a pesar de su diversidad de color, tienden entrambas al mismo resultado: a la abolición de la voluntad y de la razón; resultado idéntico que se llama Nirvana en Asia; unión completa con Dios en los monasterios de Europa.

Algunas palabras más y terminamos. ¿Por qué el éxtasis, tan raro en la mayor parte de las pasiones, es, relativamente hablando, tan común en la pasión mística? Esto, no cabe duda, es debido a las privaciones que prescriben los códigos religiosos, a las maceraciones que exaltan la irritabilidad nerviosa; en fin, sobre todo, a la oración, a la contemplación, a las que se entrega el devoto en la semi-oscuridad de una iglesia o de un oratorio, guardando una perfecta inmovilidad y fijando maquinalmente sus ojos en objetos adecuados al caso; y, por último, a las sabias prescripciones de los rituales místicos. Las demás pasiones imitan todo esto, pero de una manera imperfecta, instintivamente.

El hombre a quien domina una idea fija: amor, ciencia, etc., busca la soledad, se olvida de subvenir las necesidades del cuerpo; hasta disminuye el ritmo de los movimientos respiratorios sin darse siquiera cuenta de ello. Piensa, sin tregua ni reposo, en el objeto de sus deseos; consagra a ello todas sus facultades y se lo representa, cuando es posible, por medio de la imaginación, con rasgos más o menos caracterizados.

Pero en fin, a pesar de todo esto, vive todavía la vida común; nunca se secuestra completamente a ella; diversos intereses le solicitan, y si bien el insomnio es su constante compañero, a lo menos no procura combatir el sueño, cuando naturalmente y por un tiempo dado, viene a calmar su perpetua agitación. En fin, nuestro apasionado, alcanza a menudo el fin de sus deseos mientras el místico se consume en estériles esfuerzos.

Posesión: he ahí un remedio justamente preconizado por médicos y moralistas. A ella debe encargársele, generalmente, el cuidado de la curación. ¡Visto el ídolo de lejos es tan bello, tan brillante, tan precioso! Pero al fin llegamos a tocarlo; lo apretamos entre nuestras manos temblorosas... y ¡basta ya! La amargura de estos desengaños es demasiado tenaz para que podamos suponer que nuestros lectores no guarden vivo su recuerdo.

Fuente:
Letourneau, Carlos (1905): "Las Pasiones Humanas
(Physiologie des passions)".

F. Granada y C.ª, Editores.
Libro Cuarto. Capítulo V. Pp. 177-187.


CARLOS (CHARLES) LETOURNEAU
(1831 - 1902)

Antropólogo y médico francés. Entre sus obras destaca: "Las Pasiones Humanas".

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