Tal es el título de un escrito del gran psicólogo francés P. Janet. Encontramos este relato tan clarificador, que daremos un breve informe de los síntomas del paciente y de cómo éste fue curado. El caso es también extremadamente importante, ya que, como el título indica, en siglos anteriores el paciente habría sido considerado sin género de dudas como poseído por los demonios y el tratamiento escogido podría muy bien haber sido el exorcismo eclesiástico.
Achilless, como Janet llama a su paciente, era un hombre de 33 años cuando fue admitido en el famoso hospital de París, el Salpêtrière. Procedía de una familia algo supersticiosa. Su padre había sido acusado de haberse entregado al diablo y de haber recogido un honorario del "enemigo de la humanidad" en un viejo árbol todos los sábados, historia de la que el padre se reía, aunque era de hecho supersticioso. De muchacho, Achilles había sido estudioso, aunque no muy brillante, y había ido al instituto local. Janet acentúa como posibles premoniciones del problema posterior el hecho de que tendía a no hacer amigos, aunque era afectuoso, de que los otros estudiantes se metían con él, y de que a veces había tenido dolores de cabeza. A pesar de todo ello, Achilles se estableció en un pequeño negocio al salir de la escuela, se casó a los veintidós años y vivió felizmente con su devota esposa, no habiendo sufrido enfermedades graves hasta algunos meses antes de que entrase en el Salpêtrière. Tenía una hija, una niña normal.
Achilles llegó al hospital en un estado de furiosa agitación, golpeándose repetidamente, profiriendo blasfemias y hablando a veces con la voz del diablo, que alternaba con la suya propia. J.M. Charcot pidió a Janet que tratase a este paciente, y afortunadamente Janet fue capaz de apreciar las complejidades y asombrosas manifestaciones de una aparente posesión diabólica con el ojo frío de la ciencia y de la razón. El cambio en Achilles había comenzado seis meses antes, después de un viaje de negocios que lo mantuvo fuera de casa durante algunas semanas. A su vuelta, su mujer advirtió que estaba preocupado, melancólico, taciturno, y que les prestaba poca atención a ella y a la niña. Después de algunos días tenía dificultades cuando intentaba hablar. Los doctores que lo examinaron no podían encontrar nada anormal, aunque uno de ellos apuntó varias enfermedades, diabetes inclusive. Pronto recuperó el habla, pero empezó a quejarse de dolor, fatiga, sed e incapacidad para comer. Los medicamentos no surtieron efecto. Un mes más tarde otro doctor concluyó que sufría de angina de pecho. Inmediatamente desarrolló todos los síntomas correspondientes, se aficionó a la cama y se hundió en una profunda desesperación. Su dormir era irregular, murmuraba palabras incomprensibles y sus ojos se llenaron de lágrimas. Un día abrazó a su mujer y a su hija como si les estuviese diciendo adiós, se estiró en la cama y se quedó inmóvil. Durante dos días pareció estar al borde de la muerte. Después, repentinamente, se incorporó, con los ojos muy abiertos, y estalló en un espantoso ataque de risa, que duró dos horas, y proclamó que había visto el infierno, a Satanás y a los demonios. Poco después de esto, se ató las piernas y se arrojó a un estanque. del que fue rescatado, y dijo que ésta había sido una prueba para asegurarse si estaba o no poseso. Continuó en esta condición de posesión diabólica durante algunos meses, hablando constantemente de los demonios que se encontraban alrededor y dentro de él, atormentándolo, forzándolo a blasfemar contra Dios y retorciendo su cuerpo convulsivamente. Después de tres meses fue llevado al hospital, donde los demonios lo invadieron tan horrorosamente como de costumbre.
Un rasgo peculiar de su conducta, como el que a menudo se contaba de los endemoniados en algunos de los casos del capítulo tercero, era que la voz con la que pronunciaba las palabras del diablo era apreciablemente distinta de la voz con la que expresaba sus propios pensamientos. Con palabras de Janet: "Murmuraba blasfemias con voz de bajo profundo: "Maldito sea Dios", decía, "maldita sea la Trinidad, maldita sea la Virgen"; luego, con una voz de tono más alto y con lágrimas en los ojos: "Yo no tengo la culpa de que mi boca diga todas estas cosas horribles. No soy yo, no soy yo. Aprieto los labios para que no salgan las palabras, para que no se oigan; no sirve de nada, el diablo dice igualmente estas palabras dentro de mí, realmente siento que las dice y que hace que mi lengua se mueva a pesar mío". A menudo veía y oía formas diabólicas horrendas y todo su cuerpo parecía estar dominado por ellas, de manera tal que el control muscular y la sensibilidad a veces lo abandonaban, ahora en un lugar, luego en otro.
Los esfuerzos por ejercer algún tipo de control se enfrentaron con una resistencia extrema. El capellán del hospital no tuvo ningún éxito. Achilles se negaba a hablar con Janet y demostró que era imposible hipnotizarlo. Pero entonces Janet se aprovechó de las distracciones del paciente, colocó un lápiz en su mano, y le susurraba preguntas por detrás. Según la mano comenzaba a escribir respuestas, Janet susurraba: "¿Quién eres?" La escritura contestó "El Diablo", y Janet replicó: "Entonces podemos hablar los dos", y pidió como prueba de la identidad del diablo que levantase la mano del paciente contra la voluntad del mismo, y el diablo así lo hizo. Janet estaba ahora en comunicación, por así decirlo, con el diablo, y cuando éste aseguró que era más fuerte que Janet y que no le obedecería, se aprovechó de la "vanidad" del diablo y le desafió a que probase su poder haciendo que el paciente se durmiese y, más tarde, lo pusiese en situación hipnótica, lo que también hizo. Una vez hipnotizado, Janet pudo comunicar libremente con él acerca de sus sentimientos y de su pasado. Janet se enteró de esta manera de hechos acerca de él que nadie más sabía y que en estado de vigilia Achiles mismo no reconocía. La esencia de estos hechos era que durante su viaje de negocios, hacía seis meses, había sido infiel a su mujer. Había intentado olvidar el incidente, pero se dio cuenta de que era incapaz de hablar. Comenzó a soñar con el diablo con gran insistencia, después de lo cual se encontró repentinamente poseso.
Como Janet explica, las falsas creencias del paciente eran algo más que el simple desarrollo de sus sueños imaginarios y de sus ideas obsesivas. "Es la combinación, es decir, la reacción de dos grupos de pensamientos que dividen su pobre mente; es la mutua interacción del sueño que tiene y de la resistencia de la persona normal". Continúa brillantemente: "Se tiene que buscar el hecho básico que se encuentra en el origen de la falsa ilusión... La enfermedad del paciente no estriba en el pensamiento del demonio. Ese pensamiento es secundario y es más bien la interpretación provista por sus ideas supersticiosas. La enfermedad auténtica es el remordimiento". Janet aseguró al paciente hipnotizado el perdón de su esposa, y trajo a ésta a una de las sesiones. La falsa ilusión desapareció exteriormente, pero permanecía en los sueños, de los que a su vez tuvo que ser expulsada. Cuando se publicó el caso por primera vez, en 1894, Janet dijo que el paciente había permanecido curado hasta el momento por tres años. Posteriormente, en el prólogo a a Névroses et idées fixes, menciona que Achilles gozaba todavía de buena salud siete años después de la curación. Su conclusión: "El hombre, demasiado orgulloso, se figura que él es el dueño de sus movimientos, sus palabras, sus ideas y de sí mismo. Es quizá en nosotros mismos donde tenemos la más pequeña autoridad. Hay multitud de cosas que operan dentro de nosotros sin nuestra voluntad". Añadió que los seres humanos tienen una tendencia a consolarse contra la realidad monótona o amenazante contándose bellas historias. En algunas personas estas personas adquieren un relieve extraordinario, hasta el punto de que asumen más importancia que la misma realidad.
Fuente: Cortés, J. y Gatti, F (1978): "Proceso a las posesiones y exorcismos. Un análisis histórico, bíblico y psicológico de los demonios, diablos y endemoniados". Ediciones Paulinas. Pp. 182-185.
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