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Urania, la Musa Celeste
URANIA

PRIMERA PARTE
LA MUSA DEL CIELO

I. SUEÑO DE JUVENTUD


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[Data de Fuente & Traducción]

*** Yo tenía diecisiete años. Ella se llamaba Urania. ¿Era Urania, entonces, una bella doncella, con ojos azules, inocente, pero ávida de conocimiento? No, ella era simplemente lo que siempre ha sido, una de las nueve musas; ella, quien presidía la astronomía, y cuya celestial mirada animaba y dirigía el coro esferal, era la idea celeste cerniendo por encima de la terrenal estupidez; ella no tenía ni la carne palpitante, ni el corazón cuyas pulsaciones pueden ser transmitidas a través del espacio, ni el suave calor de humanidad; pero existía, sin embargo, en una suerte de mundo ideal, superior a la humanidad, y siempre pura; y todavía era lo suficientemente humana en nombre y forma para producir en el alma de un joven una impresión vívida y profunda, para despertar en esa alma un indefinido e indefinible sentimiento de admiración: casi de amor.

*** El joven cuya mano todavía no ha arrancado el divino fruto del árbol del conocimiento, cuyos labios han permanecido puros, cuyo corazón todavía no ha hablado, pero cuyos sentidos empiezan a despertar en medio de un mar de nuevas aspiraciones, tiene una premonición en sus horas de soledad -e incluso en medio de las labores intelectuales con las cuales nuestro moderno sistema de educación abruma su cerebro - tiene una premonición, digo, de la divinidad en cuyo santuario un día rendirá culto, y personifica de antemano, bajo varias formas, el encantador ideal que flota en la atmósfera de sus sueños. Él desea, él anhela abrazar a este ser desconocido, pero todavía no se aventura, puede que nunca se aventure, quizás, en su ingenua admiración por ella, a hacerlo así, a menos que una oportunidad favorable venga a asistirlo. Si Cloe no es lo suficientemente versada, la indiscreta y curiosa Licenion debe encargarse de instruir a Dafnis.

*** Cualquier cosa que habla a nuestras almas de la hasta aquí desconocida atracción tiene el poder de encantarnos, de impresionarnos, de seducirnos. La fría representación en un grabado del puro óvalo de una cara perfecta, el cuadro de alguna diosa, puede ser una estatua -sobre todo una estatua- despierta una extraña emoción en el corazón; la sangre se apresura o parece detener su curso; una idea destella como relámpago a través del cerebro, tirando de la frente, para permanecer flotando vagamente en el alma soñadora. Éste es el inicio del amor, el inicio de la vida, el amanecer de un hermoso día de verano, anunciando la elevación del Sol.

*** En cuanto a mí, mi primera pasión, la pasión de mi juventud, tenía, no por objeto, ciertamente, sino por causa determinante, ¡un reloj! Esto puede parecer lo suficientemente extraño, pero sin embargo, es verdad. Cálculos carentes de interés llenaban todas mis tardes desde las dos hasta las cuatro: era mi tarea corregir las observaciones de las estrellas y planetas hechas en la noche anterior, aplicándoles las reducciones debidas a la refracción atmosférica, que depende de la altura del barómetro y de la temperatura. Estos cálculos son tan simples cuanto pesados; se hacen mecánicamente con la ayuda de tablas ya preparadas, mientras los pensamientos pueden estar ocupados al mismo tiempo en algo totalmente diferente.

*** El ilustre Le Verrier era, en ese tiempo, Director del Observatorio de París. Aunque él en modo alguno era artístico en sus gustos, tenía, en su estudio, un fino reloj de bronce dorado del tiempo del Primer Imperio, la obra de Pradier. El pedestal de este reloj representa en bajo-relieve el nacimiento de la astronomía en las llanuras de Egipto. Una enorme esfera celeste, rodeada por el zodiaco y soportada por esfinges, superaba el dial. Pero la belleza de esta obra artística consistía, sobre todo, en una cautivadora estatuilla de Urania -noble, elegante, podría casi decir, majestuosa. La Musa celeste estaba representada en posición de pie. Con su mano derecha ella medía, con la ayuda de un compás, los grados de la esfera estrellada; su mano izquierda cayendo por su lado, sostenía un pequeño telescopio. Excelentemente cubierta, su actitud era noble y, como había dicho, majestuosa. Nunca había visto un rostro tan hermoso como el suyo. Con la luz cayendo sobre éste, desde el frente, parecía grave y austera; cayendo oblicuamente, parecía pensativa. Pero si la luz venía desde arriba o de al lado, este encantador semblante era iluminado por una misteriosa sonrisa, su aspecto llegaba a ser casi acariciador; su antigua serenidad daba lugar a una agraciada y alegre expresión que era un deleite contemplar. Era como si alguna melodía estuviera siendo cantada del interior.

*** Estas cambiantes expresiones parecían infundir vida a la estatua. Diosa y musa, ella era hermosa, ella era encantadora, ella era adorable. Cada vez que tenía la ocasión de visitar al famoso matemático, no era el pensamiento de su fama mundial lo que tenía más presente. Yo olvidé las fórmulas de logaritmos, e incluso su inmortal descubrimiento del planeta Neptuno, para ceder el paso al hechizo de la obra de Pradier. Esa hermosa forma, tan admirablemente modelada bajo sus antiguos ropajes, el agraciado aplomo de su cabeza, el expresivo rostro, atraía mi mirada y encadenaba mis pensamientos. A menudo, cuando, cerca a las cuatro en punto dejábamos la oficina para retornar a París, yo echaría un vistazo a través de la puerta abierta para ver si el Director estaba ausente de su estudio. Los lunes y los miércoles eran los mejores días; los primeros, debido a las sesiones del Instituto, a las cuales nunca faltaba; los últimos, en vista de aquéllas del Buró de Longitudes, que rechazaba con el más profundo desdén, y que le hacían a propósito dejar el Observatorio lo mejor para manifestar su desprecio. Entonces yo tomaría mi puesto al frente de mi amada Urania. Yo la contemplaría a mi confort. Yo estaba extasiado con los hermosos contornos de su figura, y saldría cada vez más satisfecho, pero no más feliz, que la última. Ella me encantaba, pero me dejaba pesares.

*** Una noche - la noche en la que descubrí los cambios que su semblante sufría de acuerdo con la dirección desde la cual le caía la luz - había encontrado la puerta del estudio bien abierta; una lámpara, que se levantaba sobre la repisa de la chimenea, hizo que la figura de la musa apareciera en su aspecto más seductor. La luz oblicua tocaba suavemente su frente, sus mejillas, sus labios y su garganta. La expresión era maravillosa. Yo me aproximé y permanecí inmóvil por un tiempo, contemplándola; entonces se me ocurrió cambiar la posición de la lámpara para de este modo hacer que la luz cayera sobre sus hombros, su brazo, su cuello y su cabello. La estatua parecía vivir, pensar, moverse, incluso sonreír. ¡Sensación singular, extraño sentimiento! De verdad estaba enamorado de ella; mi admiración por ella había cambiado a amor. Yo debería haber estado muy sorprendido aquella vez si alguien me hubiera dicho que esto no era una genuina pasión, que este afecto platónico era nada más que un sueño infantil. El Director entró, pero no parecía tan sorprendido por mi presencia en su estudio como yo había temido (la gente a menudo pasaba por la puerta yendo al Observatorio). Pero justo cuando yo volvía a poner la lámpara sobre la repisa de la chimenea, él dijo: "Vd. está muy retrasado para Júpiter". Y cuando cruzaba el umbral de la puerta: "¿Es Vd. por ventura un poeta?" añadió con un aire de profundo desdén, enfatizando con un acento de desprecio la sílaba final.

*** Yo le podría haber contestado mencionándole los nombres de Kepler, Galileo, dÁlembert, los dos Herschels, y otros ilustres sabios quienes eran al mismo tiempo poetas y astrónomos. Yo podría incluso haberle recordado al primer Director del Observatorio, Jean Domingue Cassini que cantaba las alabanzas de Urania en verso latino, francés e italiano. Pero los estudiantes del Observatorio no tenían la costumbre de responder los comentarios del Senador-Director. Los senadores en ese tiempo eran personajes importantes y el Director del Observatorio era nombrado de por vida. Y además, nuestro gran geómetra más allá de toda duda habría considerado los más maravillosos poemas de Dante, Ariosto, o Víctor Hugo con el mismo desprecio como un fino perro de Terranova habría considerado un vaso de vino, servido ante él para su delectación. Y luego, yo estaba incontestablemente en falta.

*** Esta encantadora faz de Urania, con toda su deleitable variedad de expresión, ¡cómo me obsesionaba! ¡Cuán graciosa era su sonrisa! Y sus ojos de bronce tenían, en ocasiones, una expresión verdaderamente viva. Sólo le faltaba hablar. La noche siguiente, apenas caí dormido, vi ante mí la majestuosa figura de la diosa, y esta vez ella me habló. ¡Ella estaba realmente viva! ¡Y qué preciosa boca! Yo pude haberla besado en cada palabra que profirió. "¡Ven", me dijo, "ven conmigo a los cielos -- arriba, más arriba sobre la Tierra. Tú verás a tus pies este mundo inferior, tú contemplarás la inmensidad del Universo en toda su grandiosidad. ¡Detente!, ¡contempla!"

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[Data de Fuente & Traducción]


Camille Flammarion

Camille Flammarion
(1842 - 1925)

Camille Flammarion (1842-1925), astrónomo francés conocido por su talento para popularizar la astronomía. En 1862 fue expulsado del Observatorio de París por Urbain Le Verrier después de que publicara su obra La pluralidad de los mundos habitados. Esto no impidió a Flammarion continuar sus observaciones. En 1879 publicó su manual de astronomía popular, que tuvo un inmenso éxito. Entretanto trabajó como calculador en la Oficina de Longitudes; sus capacidades en materia de astronomía fueron muy reconocidas. En 1883 hizo construir un observatorio en el municipio de Juvisy-sur-Orge, donde se instaló y continuó sus investigaciones hasta su muerte. Realizó numerosas observaciones de los planetas del Sistema Solar y en 1887 fundó la Sociedad Astronómica de Francia.

Fuente de la presente cita onomástica: "Camille Flammarion." Microsoft ® Encarta ® 2007. [CD] Microsoft Corporation, 2006.


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