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Urania, la Musa Celeste
URANIA

SEGUNDA PARTE
GEORGE SPERO

II. LA APARICIÓN - VIAJE A NORUEGA - EL ANTIHELIO - UN ENCUENTRO EN LOS CIELOS


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[Data de Fuente & Traducción]

 

*** Su primer encuentro había sido, de verdad, extraño. Admirador apasionado de las bellezas de la naturaleza, siempre en busca de escenas sublimes, el joven físico se había comprometido, el verano anterior, a un viaje a Noruega, con el propósito de visitar esos solitarios fiordos que succionan el mar; esas montañas cuyas nevadas cumbres, puras e inmaculadas, se elevan por encima de las nubes; pero urgido principalmente por un ardiente deseo de hacer un estudio especial de la Aurora Boreal, esa sublime manifestación de la vida de nuestro planeta. Yo era su compañero en este viaje. El Sol, poniéndose más allá de los calmos e insondables fiordos, la elevación de la Estrella del Día sobre las cumbres de las montañas, producían en su alma - el alma de un artista y de un poeta - una emoción indescriptible. Nosotros permanecimos allí más de un mes explorando la pintoresca región que se extendía de Christiania a los Alpes Escandinavos. Y Noruega era la cuna de la hija del Norte que iba a proyectar tan de repente un hechizo sobre su aún no-despierto corazón. Ella estaba allí, a unos pocos pasos de distancia de él, y aún fue sólo el día de nuestra partida que la Fortuna - esa diosa de los antiguos - decidió ponerlos cara a cara.

*** La luz de la mañana iluminaba los picos de montaña distantes. La joven noruega había hecho una excursión con su padre a una de esas montañas que, como la Rigi de Suiza, son el punto de reunión de los turistas, para presenciar la elevación del Sol que en este día particular había sido maravilloso. Iclea se había retirado sin compañía a una solitaria colina unas pocas yardas de distancia, con el propósito de observar mejor ciertos detalles del paisaje, cuando, volviéndose, con su cara opuesta al Sol, a fin de abarcar todo el horizonte, ella percibió - no ya en la montaña o en la tierra - sino en el mismo cielo, su imagen, su figura de cuerpo entero, bastante reconocible por su parecido. Una luminosa aureola rodeaba la cabeza y los hombros como una corona de deslumbrante brillo, un gran círculo aéreo, lánguidamente teñido por los colores del arco iris, rodeaba esta misteriosa aparición.

*** Asombrada y agitada por la extrañeza del espectáculo, e impresionada, como aún estaba, por el esplendor del ascenso del Sol, ella al principio no observó que otra imagen, la figura de hombre en perfil, estaba junto a la suya - la silueta de un viajero inmóvil, contemplando la escena, y mirando como una de esas estatuas de santos que adornan las columnas de las iglesias. Este semblante masculino y el suyo propio fueron enmarcados por el mismo círculo aéreo cuando ella percibió este extraño perfil humano contorneado contra el cielo. Ella se pensó la víctima de alguna ilusión fantástica, e hizo un gesto de sorpresa, casi de terror. Su imagen aérea repetía el gesto, y vio el espectro del viajero llevar su mano a su sombrero y descubrir su cabeza a modo de saludo, luego empalideció y se desvaneció de la vista al mismo tiempo que la suya.

*** La Transfiguración en el Monte Tabor cuando los discípulos repentinamente contemplaron la imagen del Maestro acompañado por las imágenes de Moisés y Elías, no causó un asombro más profundo a aquellos que lo contemplaron como lo hizo la visión del antihelio - cuya explicación es conocida para todos los meteorólogos - a la inocente doncella noruega.

*** Esta aparición permaneció fija en sus pensamientos como un sueño maravilloso. Ella había llamado a su padre, quien estaba a poca distancia detrás de la colina, pero cuando él llegó, nada había para ser visto. Ella le pidió una explicación de la aparición, pero nada pudo obtener como respuesta, a menos que ésta fuera una duda, casi una negación de la realidad del fenómeno. Este hombre excelente, un oficial militar retirado, pertenecía a esa categoría de distinguidos escépticos, quienes se contentan con negar cualquier cosa de la que no tienen conocimiento o no entienden. Fue en vano que ella declarara que acababa de ver su imagen en el cielo, y también la de un hombre a quien juzgaba debía ser joven y de buena figura - fue en vano que ella le relatara todos los detalles de la aparición, y añadiera que las figuras le habían parecido sobrenaturales, semejando siluetas colosales; él declaró con un aire de autoridad y con algún énfasis, que esto es lo que se llama una ilusión óptica producida por una imaginación desordenada, a menudo el resultado de un sueño perturbado, especialmente durante el período de la adolescencia.

*** Pero cuando nosotros íbamos a bordo del vapor esa noche, yo reparé en una joven con muy hermoso cabello, que a mi amigo miraba con una no disfrazada expresión de sorpresa en su rostro. Ella estaba inclinada en el brazo de su padre en el muelle, y permanecía estática como la esposa de Lot después de haber sido metamorfoseada en un pilar de sal. Yo llamé la atención de George hacia ella cuando íbamos a bordo, pero no pronto él tornó a mirarla que, ruborizándose rápidamente, ella volteó su cabeza a un lado y fijó su mirada en la rueda de la nave, que entonces había empezado a moverse. No sé si Spero había observado esto. De hecho ninguno de nosotros había observado el fenómeno aéreo de la mañana, al menos no durante el tiempo en el cual la joven estaba cerca a nosotros, ocultada de vista por los arbustos. Era la porción oriental de los cielos, la magnificencia del Sol ascendente, lo que nos había atraído de especial modo. George, sin embargo, había saludado a la joven noruega, a quien dejó con pesar, con el mismo gesto con el que había saludado al sol ascendente, y que ella había tomado como si fuera para sí.

*** Dos meses más tarde el Conde de R. celebró una féte brillantemente atendida en honor de un triunfo reciente de su compatriota Christine Nilsson. La joven noruega y su padre, quienes habían venido a París a pasar allí una parte del invierno, estuvieron entre los invitados. Ellos y la famosa cantante se habían conocido por largo tiempo como compatriotas, siendo Noruega y Suecia países hermanos. Nosotros, sin embargo, visitábamos la casa esa noche por primera vez, debiéndose nuestra invitación a la aparición del último libro de Spero, que había conseguido ya marcado éxito. Soñadora, pensativa, instruida con la sólida educación del Norte, ávida por el conocimiento, Iclea ya había leído más de una vez y con vívido interés, este trabajo un poco místico en el cual el autor había desnudado las secretas dudas de su alma, insatisfecha con los Pensées de Pascal. Añadamos que ella misma, unos meses previamente, había pasado con éxito el examen para un alto grado, y habiendo abandonado el estudio de medicina, que al principio le había atraído, se había lanzado con ardor al estudio - en ese tiempo entrando en moda - de la psicología fisiológica.

*** Cuando M. George Spero fue anunciado, a ella le pareció como si un amigo desconocido, casi el confidente de sus pensamientos, estuviera a punto de entrar en el recinto. Temblaba como si un choque eléctrico hubiera pasado a través de ella. George, poco acostumbrado a la sociedad, tímido y avergonzado cuando estaba con extraños, amante ni del baile, ni del juego, ni de la conversación, había permanecido en una esquina del salón con algunos amigos, indiferente a valses y contradanzas, pero escuchando con interés algunas de las piezas maestras de la música moderna tocada con sentimiento, y la noche había pasado sin que se aproximara a ella, aunque no había fallado en observarla - aunque por cierto entre toda esta brillante compañía él no vio sino a ella. Más de una vez sus miradas se habían encontrado. Al fin, cerca a las dos de la mañana, cuando la moderación de la parte más temprana de la noche había empezado a relajarse, él aventuró aproximársele, pero sin llamarla. Fue ella quien habló primero, pidiéndole que le explique el significado de un pasaje hacia la conclusión de su libro. Halagado, pero todavía más sorprendido que esas páginas metafísicas deban ser leídas por una mujer - y una mujer tan joven - el autor respondió con alguna vergüenza que tales tópicos eran bastante secos para una mujer. Ella respondió que no todas las mujeres - no todas las jóvenes incluso - se dedicaban enteramente a las artes de la coquetería; y que ella sabía de algunas que ocasionalmente estudiaban, trabajaban y pensaban.

*** Ella habló con algún ardor en su avidez por ingresar su protesta contra el desdén de ciertos científicos por su sexo y para reivindicar sus derechos intelectuales, y tuvo poca dificultad en ganar una causa en la cual su oponente no era su adversario.

*** Este último libro de su autor, cuyo éxito había sido sorprendente e inmediato, no obstante la seria naturaleza de su temática, había coronado el nombre de George Spero con gloria; y el brillante autor era recibido en cada salón con vivas expresiones de interés. Los dos jóvenes difícilmente habían intercambiado una docena de palabras antes de que él se encontrara siendo el centro de atención de los invitados reunidos, contestando varias preguntas, por las cuales su tête-à-tête era continuamente interrumpido. Uno de los más eminentes críticos de entonces, había dedicado poco tiempo antes un extenso artículo a la nueva obra, y ésta ahora se volvió el tema de la conversación general. Iclea se mantuvo aparte. Ella sintió - y las mujeres raramente se engañan - que el héroe de la noche ya la había observado; que sus mentes ya estaban unidas por un invisible hilo, y que, cuando él contestaba las preguntas más o menos habituales dirigidas a su persona, no todos sus pensamientos estaban en la conversación. Este primer triunfo secreto le bastó. Ella no aspiraba a ningún otro, y había, además, reconocido en su perfil, el de la misteriosa aparición aérea, y el joven pasajero del vapor de Christiania.

*** En ésta, su primera entrevista, él no fue lerdo en manifestar su entusiasmo por las maravillosas escenas de Noruega, contándole de sus viajes allí.

*** Ella estaba ardiendo por oír alguna alusión al fenómeno aéreo que le había producido una impresión tan profunda, y no pudo comprender su silencio y reserva a este respecto. Él, sin embargo, no habiendo observado el antihelio en el momento en el que la imagen de la joven apareciera en éste, no había estado especialmente sorprendido por un fenómeno que había visto ya varias veces y observado bajo mejores condiciones desde el paracaídas de un globo, y no habiendo tomado particular atención de éste, nada tenía que decir al respecto. Ni la circunstancia de su viaje en el bote acudió a su memoria, y aunque la hermosa niña no le parecía completamente extraña, no pudo recordar dónde la había visto antes. Por mi parte, yo la reconocí inmediatamente. Ellos hablaron de lagos, ríos, fiordos, montañas. Él se enteró que la madre de la joven había muerto a una temprana edad, de una afección del corazón; que su padre prefería la vida de París a la de cualquier otra ciudad; y que era probable pero raro que ella vuelva a visitar su propio país. Una extraordinaria similitud de gustos e ideas, congenialidad de disposición y mutua estima a la vez los colocaron en rapport. Educada según la moda inglesa, ella disfrutaba esa independencia de mente y libertad de acción de las que las mujeres francesas son denegadas, hasta después del matrimonio, y ella no se sentía avergonzada por alguno de aquellos convencionalismos sociales, cuyo objeto parece ser entre nosotros, la protección de la inocencia y la virtud. Dos amigas de su propia edad habían venido ya solas a París a finalizar su educación musical, y las tres vivían juntas en perfecta seguridad en medio de esta Babilonia, sin siquiera alguna vez sospechar los peligros de los cuales se dice que París está lleno. La joven recibió las visitas de George Spero como su padre mismo podría haberlas recibido, y en unas pocas semanas la similitud de sus caracteres y sus gustos los habían asociado en los mismos estudios, las mismas investigaciones, y a menudo en los mismos pensamientos. Casi todas las tardes, arrastrado por una secreta atracción, él dirigía sus pasos desde el Cuartel Latino hasta las orillas del Sena, cuyo curso seguía hasta que alcanzaba el Trocadero, y pasaba varias horas con Iclea, ya en la biblioteca, la terraza del jardín, o paseándose en el Bois. La primera impresión recibida de la aparición había permanecido en el alma de Iclea. Ella consideraba al joven sabio, si no un dios o un héroe, por lo menos un hombre superior a sus contemporáneos. La lectura de sus libros fortalecían esta impresión y la aumentaban. El sentimiento que ella tenía por él era más que admiración. Era casi veneración. Cuando ella se volvió más íntimamente familiarizada con él, el gran hombre no descendió de su pedestal. Ella le encontró tan superior a todos los demás en conocimiento, y al mismo tiempo tan inafecto, tan sincero, tan amigable y tan indulgente hacia los otros y -debido a que aprovechaba cada pretexto para oír su nombre pronunciado- ella estaba a veces compelida a escuchar observaciones sobre él hechas por sus rivales, que le parecían tan injustas, que empezó a considerarle con un afecto casi maternal. Este sentimiento de amor protector entonces, ¿ya existe en el corazón de todas las jóvenes? Puede ser así, pero cierto es que Iclea le amaba así desde el principio. Pienso que he dicho antes que la disposición de este sabio estaba naturalmente teñida de melancolía, que Pascal llamó la nostalgia del alma. Su constante ocupación, de hecho, era la solución del eterno problema, el "Ser o no ser" de Hamlet. A veces él parecía deprimido, triste, incluso a morir. Pero una extraña contradicción en su naturaleza, cuando sus pensamientos abatidos se habían, por decirlo así, gastado en sus investigaciones, y su cerebro no podía trabajar más, la paz y la serenidad una vez más tomaba posesión de su mente, la sangre roja de nuevo circulaba por su cuerpo, y el filósofo se volvía un niño - alegre, simple, fácilmente divertido, con gustos casi como los de una mujer, amante de las flores, los perfumes, la música, el embelesamiento, y a veces incluso sorprendentemente indiferente a todo.

 

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Camille Flammarion

Camille Flammarion
(1842 - 1925)

Camille Flammarion (1842-1925), astrónomo francés conocido por su talento para popularizar la astronomía. En 1862 fue expulsado del Observatorio de París por Urbain Le Verrier después de que publicara su obra La pluralidad de los mundos habitados. Esto no impidió a Flammarion continuar sus observaciones. En 1879 publicó su manual de astronomía popular, que tuvo un inmenso éxito. Entretanto trabajó como calculador en la Oficina de Longitudes; sus capacidades en materia de astronomía fueron muy reconocidas. En 1883 hizo construir un observatorio en el municipio de Juvisy-sur-Orge, donde se instaló y continuó sus investigaciones hasta su muerte. Realizó numerosas observaciones de los planetas del Sistema Solar y en 1887 fundó la Sociedad Astronómica de Francia.

Fuente de la presente cita onomástica: "Camille Flammarion." Microsoft ® Encarta ® 2007. [CD] Microsoft Corporation, 2006


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