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Urania, la Musa Celeste
URANIA

SEGUNDA PARTE
GEORGE SPERO

VI. PROGRESO ETERNO - SESIÓN MAGNÉTICA


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*** Los días, las semanas, los meses, las estaciones, los años pasan rápido en este planeta, y sin duda también en los otros. Más de veinte veces ya la Tierra había hecho su revolución anual alrededor del Sol, desde el día en que el Sino tan trágicamente cerró el libro que mis jóvenes amigos habían estado leyendo por casi un año; su felicidad había pasado con rapidez, su día había terminado en aurora. Yo si bien no los había olvidado [*] al menos había cesado de pensar en ellos, cuando, muy recientemente, en una sesión hipnótica en Nancy, donde me había detenido por unos pocos días en mi camino a los Vosges, fui conducido a interrogar a un "sujeto" por cuya ayuda en sus investigaciones, los sabios de la Academia Stanislas habían obtenido algunos de esos resultados realmente maravillosos con los cuales la prensa científica había estado sorprendiéndonos ya hace algunos años. No recuerdo cómo sucedió que él y yo entramos en una conversación en relación con el planeta Marte.

*** Después de describir un país situado en las orillas de un mar conocido a los astrónomos por el nombre de Mar de Sathir, y una isla solitaria que se eleva del fondo de este mar, después de describir el escenario pintoresco y la rojiza vegetación de esas playas, los acantilados contra los cuales las olas rompen incesantemente, la playa arenosa en la cual ellas mueren, el sujeto que era un sensitivo de extraordinario poder, empalideció de repente, y llevó su mano a la frente. Sus ojos se cerraron, él contraía sus cejas, parecía tratar de coger una idea que se le escapaba. "¡Mire!" exclamó el Doctor B., levantando su mano con un gesto de mando.

*** "¡Mire! Es mi voluntad".

*** "Vd. tiene amigos allí", me dijo el sensitivo.

*** "Eso no me sorprende en demasía", contesté. "Yo he hecho mucho por los habitantes de ese planeta".

*** "Dos amigos", añadió, "que están hablando de Vd. ahora".

*** "Oh, ¿personas que me conocen?"

*** "Sí".

*** "¿Cómo puede ser eso?"

*** "Ellos le han conocido a Vd. aquí".

*** "¿Aquí?"

*** "Aquí en la Tierra".

*** "¡Ah! ¿Y es de hace tiempo?"

*** "No sé".

*** "¿Son jóvenes?"

*** "Sí, ellos son dos amantes que se adoraron el uno al otro".

*** Luego las encantadoras imágenes de mis añorados amigos fueron traídas vívidamente ante mi mente. Pero ni tan pronto había pensado en ellos, el sensitivo exclamó con una voz más firme:

*** "¡Son ellos!"

*** "¿Cómo lo sabe?"

*** "Lo veo. Son las mismas almas; son del mismo color".

*** "¿Cómo, del mismo color?"

*** "Sí, las almas son luz".

*** Unos pocos momentos después él añadió.

*** "Hay una diferencia, empero".

*** Él permaneció en silencio por un momento, su entrecejo se contrajo como si perdido en pensamiento. Pero despejando su rostro repentinamente, añadió:

*** "Ellos han cambiado posiciones uno con otro. Él ahora se ha vuelto mujer; ella, hombre. Y se aman entre sí más ardientemente que nunca".

*** Como si él mismo no comprendiera lo que acababa de decir, pareció hacer esfuerzos dolorosos para encontrar una explicación de esto en su pensamiento, los músculos de su semblante se contrajeron completamente, y cayó en una suerte de catalepsia de la que el Doctor B. no se retrasó en liberarlo. Pero el instante de lucidez había pasado, y no retornó más.

*** Doy este último incidente en conclusión, al lector, como lo presencié, y sin comentario. ¿Había sido el sujeto, de acuerdo con la hipótesis de no pocos hipnotizadores, influenciado por los pensamientos que pasaban por mi mente, cuando el doctor le mandó a responder mi pregunta? O, más independiente, ¿Se había realmente liberado su espíritu, a la sazón, de los lazos de la materia, y aprehendido cosas que pasaban más allá de nuestra esfera? Esto es lo que yo no tomaré sobre mí mismo decidir. Quizás la conclusión de esta narrativa lo dirá. Yo admitiré, empero, sin duda, que la resurrección de mi amigo y su adorada compañera en Marte -un planeta cercano al nuestro, y que se le parece tan cercanamente, aunque más viejo y sin duda más avanzado en progreso- podría parecer al pensador la continuación lógica y natural de su existencia terrestre, interrumpida tan temprano.

*** Sin duda Spero estaba acertado al decir que la materia no es lo que parece ser, que las apariencias son engañosas, que lo real es lo invisible, que el espíritu es indestructible, que en el mundo eterno lo infinitamente grande es uno con lo infinitamente pequeño, que las regiones celestiales no están separadas de nosotros, y que las almas son la semilla de las poblaciones planetarias. ¿Quién puede decir que la ciencia de la dinámica no revelará un día a los estudiantes de los cielos la religión del futuro? ¿No puede Urania sostener en su mano la antorcha sin cuya luz ningún problema puede ser resuelto, sin la cual toda la naturaleza permanecería oculta de nuestra vista en impenetrable oscuridad? Los cielos deben interpretar la tierra, el infinito debe explicar el alma y sus facultades espirituales.

*** Lo desconocido de hoy es la realidad de mañana. Las siguientes páginas pueden quizás arrojar alguna luz sobre el misterioso nexo que une lo transitorio a lo eterno, lo visible a lo invisible, la tierra a los cielos.


** A veces suceden coincidencias curiosas. El día en el que Spero hizo el ascenso que iba a resultarle fatal, yo sabía que él se había precipitado en el espacio, por la extraordinaria agitación de la brújula, que anunciaba en París, donde yo estaba entonces, la ocurrencia de la Aurora Boreal que él había esperado ansiosamente, para hacer el ascenso. Ha sido probado, por cierto, que la presencia de esas luces puede ser conocida a distancia, por los disturbios magnéticos que producen, pero lo que más me sorprendió, y lo que yo no he sido todavía capaz de explicar, fue el hecho que a la misma hora de la catástrofe, yo experimenté un indefinible sentimiento de malestar , seguido por una suerte de presentimiento de que alguna desgracia le había acontecido. El telegrama que me anunció su muerte, me encontró casi preparado para esto.

 

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Camille Flammarion

Camille Flammarion
(1842 - 1925)

Camille Flammarion (1842-1925), astrónomo francés conocido por su talento para popularizar la astronomía. En 1862 fue expulsado del Observatorio de París por Urbain Le Verrier después de que publicara su obra La pluralidad de los mundos habitados. Esto no impidió a Flammarion continuar sus observaciones. En 1879 publicó su manual de astronomía popular, que tuvo un inmenso éxito. Entretanto trabajó como calculador en la Oficina de Longitudes; sus capacidades en materia de astronomía fueron muy reconocidas. En 1883 hizo construir un observatorio en el municipio de Juvisy-sur-Orge, donde se instaló y continuó sus investigaciones hasta su muerte. Realizó numerosas observaciones de los planetas del Sistema Solar y en 1887 fundó la Sociedad Astronómica de Francia.

Fuente de la presente cita onomástica: "Camille Flammarion." Microsoft ® Encarta ® 2007. [CD] Microsoft Corporation, 2006.


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