IV. AMOR - ICLEA - ATRACCIÓN
*** En esta vida de íntima comunión, esta solitude à deux, deliciosa como era, había algo faltante. Estas conversaciones sobe los problemas serios de la vida y la muerte, este intercambio de ideas concernientes a la naturaleza del hombre, estas conversaciones relacionadas con el origen y el fin de todas las cosas, estas contemplaciones de los cielos, y los pensamientos que ellos despertaban, dejaron satisfechas por un tiempo sus mentes, pero no sus corazones. Después de horas consumidas en conversación, sentados uno junto al otro en el árbol del jardín que dominaba la gran ciudad extendida como un mapa ante ellos, o en la soledad de la biblioteca, el filósofo, el científico, no tenía la fuerza de voluntad necesaria para permitir sustraerse de la compañía de su amada pareja. Mano a mano, ellos se sentarían juntos en silencio, sostenidos por un irresistible poder. Al separarse, experimentarían una extraña y dolorosa sensación en el corazón, un indefinible malestar, como si algo allí, necesario a su existencia, se hubiera roto, y ambos del mismo modo no deseaban sino la hora de reunión. Él la amaba por el bien de ella, no por el suyo, con un afecto que era casi impersonal, en el cual había tanto estima cuanto amor, y por incesantes luchas contra los atractivos de los sentidos, él había sido demasiado capaz de resistir su poder. Pero un día, cuando estaban sentados en silencio el uno cerca del otro en el sofá grande de la biblioteca - hecha un caos como de costumbre con libros y manuscritos - George, exhausto quizas por los esfuerzos que había estado haciendo por mucho tiempo para resistir el poder de un hechizo que era irresistible, permitió que su cabeza se hunda imperceptiblemente en el hombro de su compañera, y sus labios se encontraron. *** ¡Ah, alegrías inefables del amor correspondido!, ¡insaciable deseo del alma sedienta de felicidad!, ¡raptos infinitos de la elevada imaginación!, ¡dulce armonía de corazones! - ¿a qué alturas etéreas elevas a aquellos que se abandonan a tus supremos placeres? Perdidos en los raptos de la región de encantamiento a la cual sus almas han tomado vuelo, ellos olvidan el mundo que han dejado debajo y todo lo que contiene. La Tierra, con su ruindad y su miseria, no existe más para ellos. Sutiles como el aire, ellos habitan en llamas, como salamandras o fénices, y consumidos perpetuamente en sus propios fuegos, perpetuamente surgen de sus cenizas, siempre luminosos, siempre ardientes, invulnerables, invencibles. *** Los raptos experimentados por los amantes en esta expansión de sentimiento tanto tiempo reprimido, los sumergieron en un éxtasis que les hizo, por un período, olvidar la metafísica y sus problemas. Este período duró seis meses. El más dulce pero más imperioso de los sentimientos había venido a suplir en su ser la necesidad que los placeres intelectuales no habían sido capaces completamente de satisfacer. Desde el día de ese beso, George Spero no sólo desapareció completamente del mundo, sino que incluso dejó de escribir. Yo mismo le perdí completamente de vista, no obstante el largo y sincero afecto que siempre me había mostrado. Los lógicos podrían quizás haber deducido de esto que, por primera vez en su vida, él estuvo satisfecho, y que había encontrado la solución del gran problema - el objetivo final de la existencia. *** Ellos vivían en ese egotismo de amantes que, apartando el resto del mundo más allá de su centro de visión, disminuían sus defectos y los hacían aparecer más afables y hermosos. *** A menudo caminarían a lo largo de las riberas del Sena a la puesta del Sol, contemplando silenciosamente los maravillosos efectos de luz y sombra que hacen el cielo de París tan hermoso en el crepúsculo, cuando las torres y estancias de la ciudad permanecen oscuramente contorneadas contra el luminoso fondo del cielo occidental. *** Las nubes rosáceas y púrpuras, iluminadas por el reflejo de los últimos rayos del sol sobre el agua, daban ese extraño encanto peculiar a nuestro cielo parisino, menos suntuoso que el de Nápoles, bañado, como es, por la luz refleja del Mediterráneo en el Occidente, pero más hermoso que el de Venecia iluminado por la luz del Este, que es pálida. *** Ya sea que, arrastrados por el hechizo de la vieja ciudad, ellos deambulaban a lo largo de la orilla del río, pasando a su turno Notre Dame y el viejo Châtelet que proyectaban su negra silueta contra el todavía luminoso cielo, o, como era más a menudo el caso, atraídos por los esplendores de la puesta del Sol y de la naturaleza, pasaban a lo largo de los muelles allende las murallas de la vasta ciudad en las soledades de Boulogne y Billancourt, encerrados por los oscuros flancos de Meudon y Saint Cloud; todo esto era lo mismo; ellos olvidaron la ruidosa ciudad que habían dejado detrás, y caminando con paso parejo, los dos formaban un solo ser, recibían al mismo tiempo las mismas impresiones, pensaban los mismos pensamientos, y, en silencio, hablaban el mismo lenguaje. El río fluía a sus pies, los ruídos del día se sumergían en el silencio, Iclea amaba repetir a George los nombres de las estrellas cuando ellas aparecían una por una en el cielo. *** Hay a menudo en París días apacibles en Marzo y Abril, cuando el aire es primaveral. Las estrellas brillantes de Orión, la deslumbrante Sirio, los gemelos Castor y Pollux, destellan en la espaciosa bóveda del cielo; las Pléyades se hunden hacia el horizonte occidental; pero Arcturus, y Boötes, pastor del rebaño celeste, se elevan, y unas pocas horas más tarde la brillante Vega se eleva sobre el horizonte Este, para ser pronto seguidas por la Vía Láctea. Arcturus, con sus rayos de oro, fue siempre la primera estrella en ser reconocida por su penetrante brillo y su posición al final de la cola de la Osa Mayor. A veces la luna creciente resplandecía en el occidente, y la joven espectadora admiraba, como Ruth junto a Boaz, "esta áurea guadaña en el campo de estrellas". *** Las estrellas circundan la Tierra por todos lados; la Tierra se mueve en el espacio. Spero y su compañera estaban conscientes de esto, y quizás en ninguno de estos mundos celestes vivieron dos seres en más íntima comunión con el infinito y con los cielos, que ellos. *** Insensible, empero, y quizás inconscientemente, el joven filósofo empezó de nuevo, volublemente y por grados, sus estudios interrumpidos. Prosiguiendo sus investigaciones ahora con un optimismo que no había sentido hasta aquí, no obstante su natural disposición benévola, él rechazó conclusiones crueles, porque le parecían deberse a un conocimiento incompleto de las causas, contemplando como él hizo, panoramas de naturaleza y humanidad bajo una nueva luz. Iclea también reanudó, al menos en parte, los estudios que había comenzado con él, pero un sentimiento nuevo y poderoso llenaba su alma, y su espíritu no disfrutaba más, como antes, de la libertad que es indispensable para la labor intelectual. Absorbida en su afecto por un ser sobre quien tenía completo dominio, ella veía la vida sólo a través de él, ella vivía sólo para él. Durante las tranquilas horas de la noche, cuando se sentaba en el piano para tocar una sonata de Chopin -que estuvo sorprendida de encontrar que no comprendía antes que ella amara- o al acompañarse en el piano cuando cantaba con su voz plena, pura, los cantos noruegos de Grieg y el Toro, o las melodías de nuestro propio Gounod, le parecía, a su pesar, que su amado era, quizás, el único oyente capaz de comprender estas inspiraciones del corazón. ¡Qué deliciosas horas pasaba George en la gran biblioteca de la casa en Passy, estirado en el sofá, mirando los caprichosos anillos del humo de un cigarro oriental, mientras Iclea, abandonándose a los recuerdos de su fantasía, cantaba una dulce Saetergientens Sondag de su tierra nativa, la serenata de Don Juan o los Lagos de Lamartine, o, dejando que sus ágiles dedos corrieran sobre las teclas, escribía rápidamente el melodioso sueño del minueto de Boccherini! *** La primavera había llegado. El mes de Mayo era testigo de las fiestas por inauguración de la Exposición Internacional en París, de la cual hablamos al principio de esta narración, y las alturas del jardín en Passy resguardaban el Edén de dos corazones amorosos. *** El padre de Iclea, que había sido repentinamente llamado a Tunis, ahora había retornado, trayendo consigo una colección de armas árabes para su museo en Christiania. Su intención era retornar pronto a Noruega, y había sido acordado entre la joven noruega y su amante, que su matrimonio iba a tener lugar en la tierra natal de ella, en el aniversario de la misteriosa aparición. Su unión era, por su misma naturaleza, completamente diferente de aquellos vulgares enlaces, basados ora en placeres vulgares ora en intereses mercenarios, más o menos disfrazados, que forman la mayor parte de las uniones entre los sexos. La cultura intelectual los aislaba en las más altas regiones del pensamiento; la delicadeza de sus sentimientos los guardaba en una atmósfera ideal, donde todo lo material era olvidado. La extrema sensibilidad de sus nervios, el exquisito refinamiento de todos sus sentimientos los sumergía en éxtasis de placer sin fin. Si el amor existe en otros mundos este no puede ser ni más profundo ni más exquisito que el suyo. Ellos podrían haber proveído a los fisiólogos la prueba viva del hecho que, contrario a la opinión general, todos nuestros goces proceden del cerebro, la intensidad del sentimiento correspondiente a la sensibilidad psíquica del ser. *** París era para ellos no una ciudad, no un mundo, sino el teatro de la historia humana. Aquí ellos revivieron largas edades pasadas. Los viejos cuarteles de París, no arrasados aún por las innovaciones modernas; la ciudad, con Notre Dame; St. Julian-le-Pauvre, cuyas paredes todavía recordaban a Chilperic y Fredigonda, las antiguas residencias de Alberto el Grande, Dante, Petrarca y Abelardo; la vieja Universidad todavía más antigua que la Sorbona, y - reliquias de las mismas extensas edades del pasado - los claustros de St. Merry, con sus sombríos pasillos; la abadía de de St. Martin, la Torre de Clovis; el Monte St. Genevieve; Saint Germain-des-Près, el monumento de los Merovingios, Saint Germain, l'Auxerrois, cuya campana sonaba el toque de San Bartolomé, la Capilla Angélica del Palacio de Luis IX; todos los monumentos de la historia francesa fueron los objetos de sus peregrinajes. En medio de muchedumbres ellos habitaron apartados en la contemplación del pasado, y vieron por cierto lo poco que puede verse. *** Así la vasta ciudad les hablaba en el lenguaje del pasado, cuando, perdidos entre los monstruos fabulosos, los grifos, los pilares, los capiteles, los arabescos de las torres y las galerías de Notre Dame, ellos veían a sus pies el enjambre humano apresurando pasos con dirección a casa en el crepúsculo de la noche, o cuando, ascendiendo todavía más, ellos buscaban, desde la cumbre del Panteón, reconstruir la antigua ciudad y seguir su desarrollo a través de los sucesivos siglos, desde el tiempo de los emperadores romanos, quienes pasaron sus vidas en la thermæ hasta Felipe Augusto y sus sucesores. *** El Sol de primavera, las lilas en flor, la alegre mañana de Mayo, letificante y melodiosa con la canción de las aves, los proyectaba a veces fuera de la ciudad, dondequiera que la oportunidad podría conducirlos, en los campos o en los bosques. El tiempo pasó como el viento. El día se desvanecía como un sueño, y la noche prolongaba el divino éxtasis de amor. En el vertiginoso globo de Júpiter, donde los días y las noches son de apenas diez horas de duración y pasan más de dos veces tan rápido que con nosotros, los amantes no hallan que las horas pasan más rápido; la medida del tiempo está en nosotros mismos. *** Una noche ambos estuvieron sentados muy juntos en el tejado de una vieja torre del Chateau de Chevreuse, desde donde podían ver sin obstrucción el paisaje circundante. El aire caliente del valle les alcanzó donde estaban, cargado con los perfumes de las flores silvestres de los bosques vecinos; la calandria todavía podía ser escuchada, y el ruiseñor emitía en la oscura sombra de los matorrales su melodioso canto a las estrellas. El Sol acababa de ponerse con esplendores entre oro y escarlata y sólo el occidente estaba iluminado por una luz aún brillante. Toda la naturaleza parecía dormir. Ligeramente pálida, pero iluminada por el brillo del cielo occidental, Iclea parecía brillar con una luz interior, su apariencia tan delicada, tan clara e idealmente pura. Con los ojos nadando en lánguidas profundidades, con su boca pequeña e infantil, ligeramente partida, ella parecía perdida en la contemplación de la puesta del Sol. Descansando contra el pecho de Spero, con sus brazos tendidos alrededor de su cuello, ella se había abandonado al embelesamiento, cuando una estrella fugaz cayó de los cielos, justo en la parte opuesta al tejado de la torre donde ellos estaban. Ella tembló con un miedo supersticioso. Ya las estrellas más brillantes habían empezado a aparecer en las profundidades del cielo; muy alto, casi en el cenit, Arcturus, de un brillante amarillo áureo; al este, una poco más abajo, Vega, de un blanco puro; al norte Capella; al occidente Castor, Pollux y Procyon. Las siete estrellas de la Osa Mayor, el grupo de la Virgen y Regulus, eran también visibles ahora. Una por una las estrellas empezaron a tachonar el firmamento. La estrella polar indicaba el único punto fijo de la Esfera Celestial. La luna surgía, definiendo una sombra angosta creciente en su disco rojizo. Marte resplandecía brillantemente entre Pollux y Regulus al suroeste; Saturno brillaba en el sureste. El crepúsculo lentamente cedía al misterioso reino de la noche. *** "¿No te parece", dijo Iclea, "que todas esas estrellas son como ojos mirándonos?" *** "Ojos celestiales como los tuyos. ¿Qué podrían ellos contemplar en la Tierra más hermoso que tú y que nuestro amor?" *** "A pesar de..." ella hizo una pausa. *** "Sí, a pesar de todo. El mundo, la familia, la sociedad, las leyes de la moral - Yo comprendo tus pensamientos - nosotros hemos olvidado todos ellos para obedecer a la ley de atracción - como el Sol, como las estrellas, como el ruiseñor que canta, como toda la naturaleza. Pronto pagaremos a esas usanzas sociales el tributo que les debemos, y nosotros podemos entonces abiertamente proclamar nuestro amor. ¿Seremos entonces más felices?, ¿es posible ser más felices de lo que somos en este momento?" *** "Soy tuya", respondió ella. "Yo existo no para mí misma. Yo estoy absorbida en tu luz, tu amor, tu felicidad, y nada deseo, nada más. No, Yo pensé en esas estrellas, esos ojos que nos miran y me dije a mí misma, '¿Dónde están hoy todos los ojos humanos que las han contemplado por miríadas de años como nosotros lo hacemos ahora. ¿Dónde están todos los corazones que han palpitado como nuestros latidos cardíacos en este momento? ¿Dónde están las almas que se han mezclado en besos infinitos, en las noches de las edades del pasado?' " *** "Ellas todavía existen. Nada puede ser destruido. Nosotros asociamos el cielo y la tierra juntos en nuestras mentes, y estamos en lo correcto. En toda edad, entre toda raza, en todo credo, la humanidad ha buscado encontrar en ese cielo estrellado el secreto de sus destinos. Esto parece haber sido en alguna suerte una premonición. La Tierra es una de las estrellas del cielo, como Marte y Saturno, que contemplamos ahí, mundos celestiales, oscuros ellos mismos e iluminados por el mismo Sol que nos da luz, y como todas esas estrellas allí que son soles distantes. Tu pensamiento repite el pensamiento de la humanidad desde que ésta ha existido. La humanidad siempre ha buscado en los cielos una respuesta al gran secreto, y desde la edad de la mitología es Urania quien la ha contestado. *** "Y es ella, esta divina Urania, quien siempre responderá. Ella sostiene en sus manos los cielos y la tierra. Ella nos hace vivir en el espacio infinito. ¿Y no parecería como si nuestros ancestros, personificando en ella, a través del sentimiento poético, el estudio del Universo, habían buscado perfeccionar la Ciencia dotando en ésta vida, gracia y belleza? Urania es la musa, par excellence. Su belleza parece decirnos que con el propósito de comprender verdaderamente la ciencia de las estrellas y del infinito, es necesario amar". *** La noche estaba cayendo. La Luna hundiéndose despacio en el cielo del este difundía a través de la atmósfera un brillo que imperceptiblemente reemplazó el crepúsculo, y ya en la ciudad bajo unas pocas luces pudo ser vista brillando tenuemente a través de los árboles. Ellos se habían levantado y estaban estrechados uno en los brazos del otro en el tejado de la torre: el rostro de Iclea era hermoso, enmarcado en la aureola de sus mechones que flotaban sobre sus hombros. La fría respiración de primavera, cargada con los mezclados perfumes de violetas, alhelíes, lilas y rosas de mayo, ascendían de los jardines colindantes. La soledad y el silencio los rodeaba por todos lados. Sus labios se encontraron en un prolongado beso. *** Las horas, los días, las semanas pasaron en íntima comunión de pensamiento y sentimiento. El Sol de Junio ya brillaba en el solsticio, y el momento había llegado para la partida de Iclea hacia su tierra natal. Al tiempo fijado ella partía con su padre para Christiania. *** Spero los siguió unos pocos días después. La intención del joven sabio era permanecer en Noruega hasta el otoño, y continuar allí las investigaciones que había comenzado el año anterior, sobre la naturaleza y la causa de la Aurora Boreal, investigaciones que poseían una peculiar fascinación para él, pero en las que todavía había hecho modesto progreso. *** En Noruega, éste, el más dulce de los sueños, continuó ininterrumpido. La bella hija del Norte proyectó una temporada cerca de su amante, bajo cuya influencia él podría haber olvidado para siempre los atractivos de la ciencia, si Iclea misma no hubiera tenido, como hemos visto, una insaciable sed de conocimiento. *** Los experimentos que el infatigable investigador había iniciado sobre electricidad atmosférica, le interesaron a ella tanto como a él. Ella también deseaba comprender la naturaleza de esas misteriosas llamas de la Aurora Boreal, que destellaban por la noche en las regiones superiores de la atmósfera, y como en el progreso de sus investigaciones él experimentaba el deseo de hacer un ascenso en un globo aerostático con el propósito de observar el fenómeno en su origen, ella insistió en acompañarle. Él trató de disuadirla de su propósito, al no estar estos experimentos aeronáuticos exentos de peligro. Pero el pensamiento de compartir un peligro con él fue suficiente para hacerla sorda a las súplicas de su amado. Después de mucha duda, Spero consintió en llevarla consigo, y empezó a hacer sus preparativos en la Universidad de Christiania para un ascenso la primera noche de la Aurora Boreal.
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