II. ITER EXTATICUM COELESTE
*** Las horas consumidas en el estudio de la psicología y la telepatía no me impidieron observar Marte a través del telescopio y tomar bosquejos de su superficie cada vez que nuestra atmósfera, tan a menudo nublada, lo permitía. Y entonces, no sólo es cierto que todos los problemas de la naturaleza y la ciencia están relacionados entre sí, sino también que la astronomía y la psicología están indisolublemente conectadas; viendo que el universo psíquico tiene por habitat el universo material, que la astronomía tiene por objeto el estudio de la región de vida eterna, y que no podríamos formarnos idea de esa región si no tuviéramos conocimientos de astronomía. Ya seamos conscientes de esto o no, es sin embargo un hecho que nosotros estamos residiendo ahora en las regiones celestes. Fue, quizás, con un inconsciente presagio del futuro que los antiguos hicieron a Urania la Musa de las Ciencias. *** Mis pensamientos por un largo tiempo al corriente habían estado ocupados con nuestro vecino Marte, cuando un día, durante una caminata solitaria en las afueras de un bosque, yo me senté, rendido con el calor de un día de Julio, a la sombra de un grupo de robles, y pronto caí profundamente dormido. *** Yo estuve grandemente sorprendido al despertar por encontrarme, después de lo que había parecido una cabezada del momento, en medio de ambientes no familiares. Los árboles que crecían a mi lado próximo, el río que fluía al pie de la colina, el zig-zagueante prado, perdido en la distancia, no estuvieron más a la vista. El aire vibraba con armoniosos sonidos, desconocidos en la Tierra, e insectos, grandes como aves, volaban entre árboles desprovistos de hojas que estaban cubiertos con enormes flores rojas. Me levanté, pero con un brinco, como si movido por un resorte, porque sentí una extraordinaria ligereza. Di unos pocos pasos y encontré que la mitad del peso de mi cuerpo parecía haberse evaporado durante el sueño. Estas sensaciones consiguieron asombrarme más de lo que lo hubo hecho la transformación de la escena delante de mí. Yo apenas podía creer la evidencia de mis sentidos, y, además, mis ojos no fueron más los mismos. Ya no oí más de la misma manera, y pude percibir incluso en estos primeros breves momentos que mi organismo estaba dotado con varios sentidos nuevos que diferían enteramente de aquellos de nuestro organismo terrestre. El más extraordinario de éstos era un sentido magnético por medio del cual dos seres podían colocarse en comunicación sin la necesidad de traducir sus pensamientos por palabras audibles; este poder se parece al de la aguja de la brújula, en el sótano del Observatorio en París, que vibra y tiembla cuando la Aurora Boreal enciende su luz en Siberia, o cuando una explosión eléctrica tiene lugar en el Sol. La Estrella del Día acababa de hundirse en el seno de un lago distante, y la llama rosada del ocaso flotaba en las profundidades de los cielos como una desvanesciente visión de luz. *** Dos lunas brillaban en el cielo; una, creciente, suspendida sobre el lago en cuyo seno el Sol acababa de ponerse. La otra, en su primer cuarto, estaba a mayor altura en el Este. Ambas lunas eran diminutas, soportando ligero parecido con la gran antorcha que ilumina nuestras noches terrestres. Parecía como si ellas dieran su luz, brillante pero escasa, con reticencia. Yo miré fijamente a cada una, a su turno, con asombro. *** Quizás la cosa más extraña de todas en este extraño espectáculo era que la luna occidental (que era casi tres veces más grande que su compañera del este, aunque un quinto el tamaño de nuestra luna terrestre) se movía con una velocidad que podía ser percibida por el ojo, corría de la derecha a la izquierda, como si apresurándose por unirse a su hermana celeste en el Este. *** Allí también podía distinguirse en la desvanescente luz del ocaso, una tercera luna, o más bien, una estrella brillante, más pequeña que cualquiera de los dos satélites. No presentaba a la vista un disco perceptible, pero su luz era deslumbrante. Ella brillaba el cielo nocturno como Venus, la "Estrella del Pastor", cuando en su esplendor pleno, rige las lánguidas noches de primavera e inspira sus tiernos sueños. Ya las estrellas más brillantes estaban resplandeciendo en los cielos: Arcturus con sus rayos dorados; Vega, pura y Blanca; las Siete Estrellas, y muchas de las constelaciones del zodíaco eran visibles. La Estrella de la Noche, la nueva Hesperus, destellaba en la constelación de Piscis. Tomando en consideración mi posición en el cielo con referencia a las constelaciones, las dos lunas brillando en el cielo, y la liviandad de mi cuerpo, estuve convencido después de unas pocos momentos que yo estaba en el planeta Marte, y que esta hermosa estrella nocturna era - ¡la Tierra! *** Dejé que mi vista se alojara en ella tiernamente mientras un dolor perforaba mi corazón, tal como sentimos cuando los pensamientos vuelan hacia un ser amado de quien la distancia cruel nos separa. Contemplé largo tiempo el planeta en el que nací, donde tantas emociones variadas competían por el dominio durante los cambiantes eventos de la vida, y pensé, que era una pena que ninguna de las multitudes de seres humanos con los cuales ese pequeño globo estaba abarrotado debía saber en qué regiones habitaban. Es hermosa, esta diminuta Tierra, reflejando la luz del Sol, con su Luna, todavía más diminuta, que parece como un punto en el espacio al lado de ésta. Soportada en lo invisible por las divinas leyes de atracción, un átomo flotando en la infinita armonía de los cielos, ella tiene su lugar y flota en lo alto en el espacio como una isla angélica. Pero sus habitantes son desconocedores de este hecho. Extraña humanidad - encontrando la Tierra demasiado vasta, ellos se han asociado en manadas, y pasan su tiempo en matarse entre sí. *** En esa isla celestial hay tantos soldados como habitantes. Ellos están armados, el uno contra el otro, cuando podrían tan fácilmente vivir juntos en armonía, y su gloria consiste en cambiar de tiempo en tiempo los nombres de los países y los colores de sus banderas. Ésta es la ocupación favorita de las naciones y el primer deber en el cual los ciudadanos son educados. Cuando ellos no están ocupados de este modo, gastan su tiempo en la adoración de la materia. Ellos no valoran el valor intelectual; son indiferentes con los maravillosos misterios de la Creación; viven sin un objetivo. ¡Qué lástima que deba ser así! Un nativo de París que no conocía ni su nombre ni el de Francia, no podría ser más extraño en su país que ellos lo son en el suyo. *** ¡Ah! si ellos pudieran contemplar la Tierra desde el lugar donde yo estoy ahora, ¿con qué placer retornarían a ella? ?Y qué transformación se habría efectuado en sus ideas? Entonces, por lo menos, ellos sabrían dónde está situado el país en el cual residen. Eso sería un principio. Ellos descubrirían por grados las sublimes realidades que les rodean, en vez de pasar la vida sin objetivo, cubiertos en una niebla sin horizonte, y pronto aprenderían a vivir la vida verdadera, la vida del espíritu. *** "¡Qué honor hace! ¡Uno supondría que él había dejado amigos detrás suyo en esa prisión!" *** Yo no había hablado, pero escuchaba estas palabras que parecían ser una respuesta a mis pensamientos, pronunciadas con claridad. Dos habitantes de Marte estaban parados ante mí contemplándome, y ellos habían comprendido qué estaba pasando dentro de mi mente, por medio de ese sexto sentido de percepción magnética mencionado arriba. Yo estuve un poco sorprendido, y, lo confesaré, profundamente herido por este discurso. "Después de todo", pensé, "Yo amo a la Tierra; es mi Patria, y como tal la amo". *** Mis dos acompañantes rieron por esto. *** "Sí", replicó uno de ellos, con una amabilidad para la que no estaba preparado, "tú amas a tu Patria. Fácilmente se ve que vienes de la Tierra". *** Y el más viejo de los dos añadió: *** "Nunca más pienses en tus compatriotas de la Tierra; ellos nunca serán más intelectuales o menos ciegos de lo son ahora. Ellos han vivido allí a la fecha durante ochenta mil años, y tú mismo confiesas que no son todavía capaces de pensar. Es verdaderamente sorprendente que debas apreciar la Tierra con tanta ternura; esto muestra demasiada simplicidad de tu parte". *** ¿Alguna vez, querido lector, se ha encontrado con hombres, en su camino por la vida, quienes creen ciegamente, y con una confianza imposible de ser sacudida, en su superioridad frente a los otros hombres? Cuando estos individuos altaneros se encuentran en presencia de uno que es su superior, ellos conciben por él una instantánea antipatía; no pueden soportarle. Bien, durante la diatriba anterior (de la cual sólo les he dado una débil traducción), yo me había sentido superior al resto de la humanidad terrestre, a la que yo compadecía y por quien yo oraba al Cielo que concediera tiempos más felices. Pero cuando esos dos habitantes de Marte parecieron compadecerme, cuando fantaseé haber descubierto en ellos un sentimiento de incuestionable superioridad sobre mí, estuve por un momento como uno de esos hombres estúpidamente orgullosos de quien había hablado; mi sangre dio un salto, y conteniéndome por un último esfuerzo de buenos modales franceses, abrí mi boca para pronunciar estas palabras: *** "Después de todo, caballeros, los habitantes de la Tierra no son completamente tan estúpidos como ustedes parecen considerarlos; puede ser que ellos sean incluso superiores a ustedes mismos". *** Desafortunadamente ellos ni siquiera me permitieron empezar la sentencia, porque habían adivinado lo que iba a decir por las vibraciones en la base de mi cerebro. *** "Permíteme decirte de una vez", dijo la más joven de las dos, "que tu planeta es un absoluto fracaso, como consecuencia de una circunstancia que se remonta a una docena de millones de años. Fue en el tiempo del periodo primario de la existencia terrestre. Las plantas ya crecían en la Tierra, hermosas plantas incluso, y en las profundidades de las aguas, tanto como sobre sus bordes, los animales más primitivos estaban empezando a aparecer - moluscos descabezados, sordos, mudos y asexuados. Tú sabes que los árboles no necesitan de otro alimento que el aire, y que tus más gigantes robles, tus más altos cedros, nunca han comido nada. Ellos viven sólo por la respiración. Una infeliz casualidad quiso que en el cuerpo del primer molusco entrara una gota de agua más substancial que la atmósfera circundante. Quizás él lo creyó bueno. Éste fue el origen del aparato digestivo, que iba a ejercer una influencia tan fatal sobre la humanidad. El primer asesino fue el molusco que comió. *** "Aquí no comemos, nunca hemos comido, nunca comeremos. La creación aquí se ha desplegado gradualmente, pacíficamente, noblemente, desde sus inicios. El cuerpo aquí se nutre, en otras palabras, renueva sus moléculas, por el simple acto de respirar, como lo hacen tus árboles terrestres, de los que cada hoja es un diminuto estómago. En tu amado país tú no podrías vivir un solo día, excepto bajo la condición de matar. Entre ustedes, la ley de la vida es la ley de la muerte. Aquí, nunca le ha pasado a uno por la mente el pensamiento de matar siquiera a un ave. ¡Todos ustedes son, más o menos, carniceros! Sus manos están empapadas en sangre. Sus estómagos están atiborrados con alimento. ¿Cómo podrían esperar con organismos tan toscos, concebir alguna vez pensamientos puros, sensatos, elevados o - perdona mi franqueza - incluso limpios? ¿Qué clase de almas podrían habitar en cuerpos como esos? Reflexiona por un instante, y cesa de entregarte a vanas ilusiones, demasiado ideales para tal mundo". *** "¡Qué!" exclamé interrumpiéndole, "¿nos niegas la posibilidad de tener pensamientos limpios? ¿Tomas a los seres humanos por animales? ¿Homero, Platón, Plidias, Séneca, Virgilio, Dante, Colón, Bacon, Galileo, Pascal, Leonardo, Rafael, Mozart, Beethoven, nunca han tenido aspiraciones exaltadas? *** "Tú consideras nuestros cuerpos toscos y repulsivos. Si vieras pasar delante tuyo a Helena, Phryne, Safo, Cleopatra, Lucrecia Borgia, Agnes Sorel, Diana de Poitiers, Margarita de Valois, Borghese, Tallien, Recamier, Georges y sus admirables pares, pensarías totalmente diferente. Ah, mi querido marciano. Permíteme, en mi turno, expresar mi queja de que tú conoces la Tierra sólo a la distancia". *** "Eso es donde te engañas. Yo viví en ese planeta por cincuenta años. Eso fue suficiente para mí, y te aseguro que nunca deseo retornar. Todo allí ha probado ser un fracaso, incluso lo que pensabas que era lo más hermoso. ¿Te imaginas que en todos los mundos de los cielos, las flores produzcan frutos de la misma manera? ¿No sería cruel eso? De mi propia parte, mis flores favoritas son las primaveras y las rosas en el capullo". *** "Pero", repliqué, "a pesar de todo lo que puedan decir en contra, han habido grandes mentes sobre la Tierra y, por cierto, seres dignos de admiración. ¿No podemos albergar la esperanza de que la belleza física y moral irán perfeccionándose incesantemente, como lo han hecho hasta el presente, y que la mente se volverá gradualmente más y más iluminada? Nosotros no gastamos todo nuestro tiempo en comer. Todos los hombres -podemos mantener la esperanza- serán capaces, al fin, no obstante sus labores materiales, de dedicarse unas pocas horas diarias al cultivo de su intelecto. Entonces, sin duda, no continuarán más creando pequeños dioses a su propia semejanza, y quizás también, abolirán las pueriles barreras que los mantienen apartados, y vivirán juntos en paz y fraterna unidad". *** "No, amigo mío, porque si ellos así lo desearan podrían hacerlo hoy, pero ellos cuidarán muy bien de no hacerlo así. El hombre terrestre no es sino un animal de tamaño insignificante, que no siente la necesidad de pensar, que no tiene independencia de alma y que ama pelear, y abiertamente basa el derecho en el poder. Tal es su buen placer y tal su naturaleza. Nunca podrás hacer que un arbusto de moras rinda duraznos. Piensa sólo que de las bellezas terrestres, las más encantadoras que tú acabas de mencionar, son vulgares monstruos comparadas a nuestras mujeres etéreas de Marte, quienes viven en los aires de nuestros manantiales y los perfumes de nuestras flores, y quienes ejercitan tal encanto, en la misma agitación de sus alas, en el beso ideal de una boca que nunca ha comido, que, si la Beatriz de Dante hubiera sido dotada con tal naturaleza, el inmortal florentino nunca hubiera sido capaz de escribir un segundo canto de su Divina Comedia; él habría empezado con Paraíso y habría permanecido allí. Imagina que nuestros jóvenes sabían tanta ciencia en su nacimiento como Pitágoras, Arquímides, Euclides, Kepler, Newton, Laplace o Darwin, después de sus laboriosos estudios. Nuestros doce sentidos nos colocan en directa comunicación con el Universo; nosotros sentimos aquí, a trescientos millones de millas de distancia, la atracción de Júpiter cuando pasa. Predecimos la aparición de un cometa, y nuestros cuerpos están impregnados por la electricidad solar que hace vibrar a toda la naturaleza. Nunca ha habido aquí ni fanatismo religioso, o verdugos, o mártires, o disensiones políticas, o guerras; pero desde sus tempranos días, la humanidad, por su naturaleza, pacífica y exenta de todo deseo material, ha vivido en una constante actividad intelectual, sus mentes y cuerpos igualmente libres, progresan sin pausa en el conocimiento de la verdad. Pero ven con nosotros, mejor". *** Caminé un poco con mis interlocutores hasta que llegamos al otro lado de la montaña, cuando percibí una multitud de luces de diversos colores, aleteando en el aire. Estos eran los habitantes del planeta, que se volvían luminosos por la noche cuando lo deseaban. Carrozas aéreas, que parecían hechas de flores fosforescentes, transportaban coros y bandas de música. Una de estas carrozas pasó cerca de nosotros y tomamos nuestros asientos en ella en medio de una nube de incienso. Las sensaciones que experimenté diferían extrañamente de todas aquellas que había sentido en la Tierra, y esta primera noche en Marte pasaba raudamente como un sueño, porque cuando el día amanecía me encontraba todavía en el carro aéreo, discursando con mis dos interlocutores y sus amigos, y extraños compañeros. ¡Qué escena revelaba el ascendente Sol! Frutas, flores, nubes de incienso, palacios de hadas elevándose en medio de la vegetación anaranjada en islas, lagos como espejos, y alegres seres etéreos, dos por dos, descendían revoloteando en estas playas encantadas. Aquí toda la labor material es hecha por maquinaria, dirigida por alguna de las más perfeccionadas razas animales, cuya inteligencia es casi tan grande como la de los seres humanos en la Tierra. Los habitantes viven sólo por el espíritu y para el espíritu; su sistema nervioso ha alcanzado tal desarrollo, que cada uno de estos seres, a la vez extremamente delicados y muy fuertes, parece ser un aparato, y sus sensaciones más materiales, sentidas por sus almas más que por sus cuerpos, superan un ciento cualquiera que nuestros cinco sentidos unidos podrían alguna vez permitirnos. Una suerte de palacio de verano, iluminado por los rayos del ascendente Sol, nos abrió su puerta bajo nuestro carro aéreo. Mi vecina, cuyas alas revoloteaban con impaciencia, colocó su delicado pie en un nudo de flores que crecía entre dos perfumadas fuentes. *** "¿Retornarás a la Tierra?" preguntó ella, abriéndome sus brazos. *** "¡Nunca!" exclamé, y me precipité hacia ella. *** Pero de repente me encontré de nuevo solo en el bosque al lado de la colina, a cuyo pie serpenteaba el Sena. *** "Nunca", repetí, tratando de aprehender la dulce visión que se había desvanecido. "¿Dónde estoy entonces? ¡Ah! era hermoso". *** El Sol acababa de ocultarse, y ya el planeta Marte, entonces muy brillante, destellaba en el cielo. "Ah", exclamé, cuando un recuerdo repentino destelló por mi mente, "¡Yo estuve allí! Movido por la misma atracción los dos planetas vecinos se miraron uno al otro a través del espacio transparente. ¿No podríamos en esta hermandad celestial, tener una representación anticipada del eterno viaje? La Tierra no está más sola en el Universo. Los panoramas del infinito empiezan a desplegarse. Ya habitemos aquí o allí, no somos los ciudadanos de un país o de un mundo, sino, de verdad, CIUDADANOS DE LOS CIELOS". Ir a: [Contenido] [1.1] [1.2] [1.3] [1.4] [1.5] [2.1] [2.2] [2.3] [2.4] [2.5] [2.6] [3.1] [3.2] [3.3] [3.4] [3.5] [3.6] Camille Flammarion Camille Flammarion (1842-1925), astrónomo francés conocido por su talento para popularizar la astronomía. En 1862 fue expulsado del Observatorio de París por Urbain Le Verrier después de que publicara su obra La pluralidad de los mundos habitados. Esto no impidió a Flammarion continuar sus observaciones. En 1879 publicó su manual de astronomía popular, que tuvo un inmenso éxito. Entretanto trabajó como calculador en la Oficina de Longitudes; sus capacidades en materia de astronomía fueron muy reconocidas. En 1883 hizo construir un observatorio en el municipio de Juvisy-sur-Orge, donde se instaló y continuó sus investigaciones hasta su muerte. Realizó numerosas observaciones de los planetas del Sistema Solar y en 1887 fundó la Sociedad Astronómica de Francia. Fuente de la presente cita onomástica: "Camille Flammarion." Microsoft ® Encarta ® 2007. [CD] Microsoft Corporation, 2006. Derechos Reservados ©2006 - 2009 URANIA SCENIA & ITIPCAP |
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